jueves, 25 de octubre de 2018

ME HE ACOSTUMBRADO


            

              Me he acostumbrado a los Viernes que son Domingos.
 A las semanas sin fin y a los fines sin semana.
 A despertar sin resaca propia ni ajena. Sin arrepentimiento, vergüenza o miedo.
A sentirme abrazada mientras duermo y lejos de necesitar espacio, a disfrutar la sonrisa inconsciente que acompaña al abrazo y agradecerlo.
A los reclamos, no como defensa ante la amnesia del trago de ayer, sino al haber salido de la cama sin despertarte a besos.
Me he acostumbrado al amor sin drama, sin violencia, sin culpa. Poco a poco, me he acostumbrado a recibir todo lo que no eché de menos porque no sabía que existías.
Me he acostumbrado a las risas, y canciones. A la mezcla de idiomas, a las historias que mezclan expresiones muy mexicanas con palabras árabes y anécdotas en inglés con referencias tuyas y mías que nadie más entiende.
Me he acostumbrado también a valerme por mi misma en todos los sentidos, aún cuando tengo quien cache lo que yo suelte. Soy más fuerte de lo que nunca creí, más capaz de lo que jamás imaginé, me reinvento todos los días y me gusta el resultado, pues lo veo con mis ojos y los tuyos. A ver admiración en tus ojos y oírla sin protestar, a veces.
A disfrutar la vida con las cosas sencillas, a elegir pasar mi tiempo con gente de corazón blanco, a gozar a los niños propios y ajenos, a querer a conciencia aunque sea a distancia.
            Me he acostumbrado a esperar las estaciones y los tiempos. A atesorar los lujos. A medir mis posibilidades y a disfrutar de lo sencillo, cuanto más si se comparte.
            Me he acostumbrado a hacer un banquete con un asado, una fiesta en el campo con el primer día de sol y a festejar las primeras lluvias,  a descansar sin vestirme en casa, a gozar el aire fresco en la bicicleta y a agradecer a Dios constantemente. 
            Me he acostumbrado a mantener relaciones lejanas pero intensas con mis amigas y amigos del alma y a buscar y atesorar nuevos amigos. A no esperar a que la gente me busque, si no,  a ir tras lo que quiero o necesito. Me he acostumbrado a que el Universo es generoso cuando pides las cosas.
            Me he acostumbrado a trabajar durísimo todos los días y  a hacer feliz a los demás con mi trabajo. A disfrutar lo que hago inmensamente.
            Me estoy acostumbrando a vivir bien, y me gusta.
            No me acostumbro a tenerlos lejos, a tener que buscarlos y que a veces me dejen en leído, que no respondan a mis llamadas, que me traten con pinzas y con recelo.
            No me acostumbro a que ya no seamos amigos, a que no me dejen quererlos,  a que nos hayamos lastimado tanto.
            No me voy a acostumbrar, porque no quiero. Aquellos que no valen la pena, hace tiempo me acostumbré a que se fueron y lo agradezco, pero por los otros voy a pelear y esperar lo que haga falta.
            Me he acostumbrado a que la vida es buena…….

domingo, 21 de octubre de 2018

CORRE COMO EL VIENTO


CORRE COMO EL VIENTO


            Cuando mis niños eran chiquitos empecé a tener conciencia de las carreras de larga distancia. Ya estaban de moda desde antes, pero entonces empezaron a antojárseme, por el reto, porque me sonaban a cosas imposibles. Además, había dejado de fumar y traía un pleito casado con la báscula. Siempre me gustó hacer ejercicio, y ahora lo hacía obsesivamente, sustituyendo al cigarro en mis TOCs y ayudándome a no ponerme como globo.
 Un día uno de mis primos bastante más chico que yo corrió un 5K  y cuando lo oí platicar le hice una serie de preguntas extrañas, tipo “¿tu crees que yo podría correr algo así un día? O sea, si hago ejercicio y todo, pero ¿crees que podría?” El pobre se revolvió como lombriz en sal, porque no entendía que quería que me dijera.
En el Kínder de mi hijo conocí a la que después sería mi gran amiga y hasta mi Tía, verás luego porqué, y ella me enseñó a correr.  Me propuso un programa de entrenamiento para correr y programa de alimentación y en el proceso nos hicimos muy amigas, para siempre.  Ella llevaba años corriendo como gacela tamaulipeca y por lo mismo lo hacía muy bien. Podía correr y platicar al mismo tiempo. Yo al principio solo le podía decir “Si, ajá….mmmm….” entre resoplidos. Pero fiel a la promesa de mi Tía, pronto pude correr seguidito y sin pedir piedad un buen rato y empezar a disfrutarlo, a platicar mientras lo hacía. Me llevó a correr a lugares padres, a Chapultepec, al Ocotal, al Desierto de Los Leones, al Cerro de San Miguel, a La Pila, a Los Viveros, a La UNAM. Total, aprendí a disfrutarlo. Me empezaron a salir las típicas lesiones de la gente que empieza a correr, inflamación del tendón de Aquiles, la banda ileotibial, dolores de espalda, de rodillas, ampollas de campeonato. Empezaron los estiramientos, las pomadas apestosas, pero también empezó a hacérseme un hábito y un gusto. Corría con mi Tía por lo menos una vez a la semana y los demás días corría yo sola. Me inscribí a mi primera carrera de 10 KM y la terminé, muy orgullosa, junto con una de mis hermanas que empujó a un Boy-Scout que regalaba bebidas de electrolitos en la meta, para vomitar en la caja de cartón vacía, jajaja. En la noche estaba destruida, fui a un concierto de Shakira en el Palacio de los Deportes caminando como El Chorrito, que se hacía grandote y se hacía chiquito,  pero no podía más que pensar en volverlo a hacer. Esas cosas en una personalidad dada a los excesos como la mía, hacen vicio. Corrí infinidad de 10K, muchos medios maratones, al principio entrenando expresamente para ellos, ya después me llegué a echar alguno porque una amiga me dijo que iba a correr uno al día siguiente por primera vez y yo me animé, sin número ni nada. Me encontré al primo que hacia años había interrogado en la salida y me dijo “freeloader” por no traer número, o sea por no haber pagado la inscripción,  ups. Prometí no tomar mucha agua para no hacer el gasto.
Corrí varios maratones completos. El primero fue un desastre terrible. Fue un maratón de Chicago que coincidió con otros eventos importantes en la ciudad al mismo tiempo y una temperatura muy alta, inusual en esa fecha. El resultado fue que faltó agua, protección civil y los servicios médicos se vieron rebasados, muchos corredores tuvieron golpes de calor y el maratón se suspendió a la mitad. Los bomberos y policías detenían a los corredores y pedían que ya no corrieran para evitar que hubiera más problemas que las ambulancias no daban abasto para atender. La gente que no había pasado de la mitad, ya no pudo seguir, les cerraron la ruta. Yo estaba atacada. Tanto entrenar, tanto esfuerzo. Le dije al bombero que me dejara terminar caminando y me dijo que sí porque ya estaba cerca de la meta y en cuanto no me vio, volví a correr. Hice un tiempo horrible pero acabé. No me dejó buen sabor de boca pero lejos de curarme de espantos, quise repetir para hacerlo bien ahora sí.
De ese maratón es que mi amiga se convirtió en mi Tía. Lo corrimos juntas. Ella ya era toda una profesional, pero para mí era la primera vez. Fuimos juntas, compartimos cuarto, lo pasamos padre y nos volvimos parientas para siempre, de cariño. Se presentó el día anterior a la carrera a cenar con unos huaraches de turista alemán y calcetines para consentirse los pies. Me dijo que si no me daba pena. A mi lo que piense la gente me vale muchisísimo gorro. Si nos corrieron del primer sitio donde quisimos cenar, que dizque no había lugar. Si había pero no les gustaron nuestros zapatos, yo traía tennis. Por eso le puse mi Tía Helga que viene de Hamburgo, y yo soy su sobri.
De ahí me dio también por hacer triatlón, que los doctores decían que era menos violento con el cuerpo que la carrera. Empecé a tener lesiones serias y hasta a perder estatura por tanto correr. El correr distancias así es para los caballos, no para las señoras, pero es padrísimo.
Corrí un medio maratón aquí en Jordania, en el Mar Muerto y lo gané. Pocas mujeres corren aquí y menos mujeres de mi edad. Habíamos pocas, si bien algunas eran africanas y otras europeas y sí corrían. Pocas jordanas, algunas de las africanas con hijab, o sea trapo en la cabeza. Muchos corredores ciegos, impresionante, corren con un compañero que los guía. Terminé mi carrera en un tiempo bueno, pero nada del otro jueves y me fui a mi hotel. Me llamaron por teléfono y me dijeron que había ganado, que volviera por mi trofeo y mi foto para el periódico. Pues fui, muy feliz.
Aquí el entrenar no está tan fácil por el clima y porque en las calles no hay cultura de correr y la gente no está muy acostumbrada a ver mujeres en ropa de correr occidental. Hay un parque lindo cerca de mi casa, con caminitos para correr, pero la gente se sorprende mucho cuando me ve pasar corriendo. Realmente no suelen usarlos. Los usan para pasear o para hacer picnics, que eso sí que les gusta.
Para acabarla de fastidiar, me atropellaron hace ya casi un año. Si me lees seguido ya sabes la historia. Por si no, te lo cuento rápidamente. Venía yo en bicicleta, sin casco- ya sé, hola idiota- y un cuate que venía mandando mensajes por el celular me centró con un Prius. Mi espalda quedó bastante perjudicada. No tuve fracturas, que es lo que le preocupaba a los médicos militares que me atendieron, pero si tuve múltiples esguinces y desgarres musculares por toda la espalda, por lo que correr me provoca mucho dolor de espalda baja y de cuello.  Me encanta y de vez en cuando lo hago de todos modos, pero lo pago caro.
Hace unos días fue el Maratón de Ammán. Me inscribí en los 10 Km, ni siquiera en el medio y estaba pensando que ni eso iba a poder correr porque cada que los corro en la banda en el gimnasio me siento muy perjudicada y ese día tenía una cena de trabajo y al día siguiente tenía que llevar a unos americanos a Petra y no quería estar hecha una piltrafa. No se les ofreció un tour con una guía discapacitada. Ni hablar. Creo que este año no se me va a hacer correr en competencia. Ya habrá otras o a lo mejor ya tengo que hacerle caso a los tronidos de matraca de mi espalda, que ayer le quitaron lo zen al profesor de una clase de Yoga que tomé en un lugar muy hipster, cuando me quiso enderezar la espalda-y es hora de cambiar de deporte. El pobre hombre, ya sabes, de rastas, y pantalón todo místico, aire de paz, o de pacheco, según se vea… me puso dos dedos en el hombro y me empujó la espalda con una rodilla estando yo en triconasana y cuando oyó el crujido, pegó un brinco como de pollo en comal y se deshizo en disculpas.
Los años que corrí mucho, lo disfruté enormemente. Aprendí a platicar al correr e hice muchos amigos entre los corredores. Siempre que viajaba me llevaba mis tennis y conocí los lugares a conciencia tempranito, porque a pie puedes ver las ciudades distinto y con calma. Me daba horas para pensar y me daba endorfinas.

Acumulé una colección de anécdotas simpáticas. Por ejemplo una vez corriendo en Tailandia, donde se maneja al revés, como en Inglaterra, de frente al tráfico, venía de frente un cuate en una vespa. Se ajigolotonó al verme y dudó para que lado irse, porque por el sentido de la calle a el le tocaba por la orilla, pero yo venía pegadita al acotamiento, no quería ir en medio de la carretera y odio darle la espalda al tráfico, total, entre que para un lado o para el otro, baboseó y se cayó de la moto. Yo apenadísima, me traté de disculpar como pude, y el hombrecito me debe de haber maldecido a mi y a todos mis ancestros. Otra vez me salí a correr en Kyoto temprano, y llegué a un lugar precioso con unas casitas de madera, puentes, flores y hasta garzas, de postal. Traía en la mano una camarita como de juguete y me tomé una selfie. Había ahí un japonés con una cámara impresionante que se ofreció a tomarme la foto. Yo le dije que gracias. Se tardó un buen rato jugando con el zoom. Yo pensé que me iba a tomar una fotaza. Me dio la cámara cerrada, con las dos manos, como hacen los japos y yo todavía le di las gracias muchísimo, con caravanas y todo. Me regresé a mi hotel y cuando vi la foto, casi me da un ataque de coraje, méndigo viejo me había estado investigando el escote con el zoom, y me tomó la foto para que yo lo supiera. En vez de mi foto bonita del lugar, tenía una foto de mi propia pechuga. Mi exposo casi se descuaderna de risa y yo de berrinche.
             Una vez en Hvar, Croacia vi un letrero que decía, medio maratón mañana. El exposo me dice, esa sería la típica pen.... que harías tu. Y dije, ¿como no? De estar sentada toda la tarde en una sobremesa a hacer algo que me encanta, y que me va a dar algo nuevo que conocer, híjole, pues creo que la decisión para mí es fácil.  Y que entro a donde vendían las inscripciones y al día siguiente lo corrí. Conocí toda la isla a pincel, viendo un atardecer de regalo, pasando por montañas y acantilados, viendo playas perdidas y un pueblito del otro lado de la isla a donde te llevaban en camión para empezar la carrera. Increíble. Sin haberlo planeado y de "casualidad".
También era para mí un escape, una forma de darme metas que cumplir, de sacarme de la casa, de darme pretextos para no ver cosas que no quería ver.
Ahora que lo tengo claro, creo que debo de ser más amable con mi cuerpo, escucharlo y hacer las cosas que disfruto, pero que también me hacen bien. Mis ansias de ver la vida despacio y a fondo las lleno con la bici en CDMX y en Amman y cuando viajo, pues aunque me duela, si corro, aunque mucho menos que antes.
Me da nostalgia pensar en no volver a correr como antes, pero también quiero poder seguir disfrutando de un cuerpo sano durante muchos años, porque me fascina estar afuera y estar activa y no quisiera por necedad tener que después necesitar arreglarme la espalda o las rodillas. A ver qué pasa. Tóqarallah, como dicen por aquí, que significa algo así como, déjaselo a Dios y es la solución y el final de cualquier plática o discusión. ¿Qué hará Allah con tanta noñez que le dejan, pobrecito?
Salam!

jueves, 11 de octubre de 2018

INMIGRANTE ILEGAL


            Al día de hoy, mi estatus migratorio es de inmigrante ilegal. ¿Cómo así? Pues así las cosas. Mi carnet de identidad como residente era válido por un año, y ya se pudrió y no he podido renovarla.
En Jordania se puede tener una identificación nacional de residente de varias maneras. A través del trabajo para una compañía jordana o transnacional establecida en Jordania, como inversionista trayendo una cantidad fuerte de dinero, pero esto es una paradoja, porque tampoco es fácil traer dinero por las leyes para prevenir el lavado de dinero y  la introducción de dinero extranjero por posibles nexos con el terrorismo internacional, o como cónyuge de un ciudadano jordano. Es importante tener la dichosa identificación porque si no, hay que pagar visa de turista cada vez que se entra al país, y además esta solo es válida durante tres meses. Si se excede esa estancia sin visa de residente hay que pagar multas al salir del país. Además, para sacar licencia, para el banco, para hacer cualquier trámite se necesita la identificación. Para entrar a los sitios arqueológicos, que por mi trabajo es cosa de un día sí y otro también, con identificación de residente o de ciudadano el precio es bajísimo y para extranjeros es caro. La diferencia por ejemplo en Petra es de 1 Dinar a 50 Dinares (1.4 dólares o 75 dólares) , que no es baba de perico.

            La mía, por supuesto es por ser la esposa de Alarís. Pero hay un detallito. Para que todos los trabajadores ilegales no se casen con un jordano para obtener la residencia y eventualmente la nacionalidad, la identificación se da solamente de residente al principio y tiene que renovarse cada año los primeros cinco años. Pasado este tiempo, ya se puede tener un pasaporte jordano y la nacionalidad completa. Se tiene que renovar la identificación de vez en cuando pero ya como ciudadano, no como cónyuge.
            Me tocaba renovar la mía en Octubre oficialmente, pero resulta que me la dieron con fecha de Septiembre, no se porqué  y entonces ahora que finalmente pesqué a Alarís desocupado un día para ir a hacer el trámite vimos que mi carnet de identidad ya está vencido. Pues ahí vamos. Nos metimos (si, Ke-mo-sabee, se metió el, porque estaba en árabe el sitio) a la página para ver que necesitábamos llevar y quedamos de ir temprano porque conociendo la burocracia en este país, usualmente toma varios intentos.
            La cosa es que Alarís tenía que recoger a unas gentes en la frontera con Israel temprano y después de dejarlos en su hotel iba a pasar por mí. Salió de la casa como a las 7, yo me fui al gimnasio a la misma hora, para estar lista cuando el regresara. Hice lo que quería hacer, regresé, me bañé y lo esperé con mi folder con papeles y fotos listos.  Pasaron horas y horas y el hombre no venía. Me habló que la gente que esperaba se tardó, llamó a la oficina que nadie había ido a por ellos, siendo que no habían cruzado la frontera, una vez que les explicaron y cruzaron, horas tarde, los tuvo que llevar al hotel, al coyote fronterizo a la oficina y finalmente vino por mí, ya como a la 1. Fuimos a la oficina burocrática. No fui yo sola porque uno de los requisitos en cuestión es llevar al marido. No sé si cuando el ciudadano sea la esposa sea también el caso, supongo que sí, pero se supone que esta medida es para evitar que alguien diga que sigue casado cuando no es el caso. Pues total llegamos, sacamos los papeles y todo y me salen con que tengo que llevar un certificado de matrimonio nuevo. ¿Cómo? Pues así. Aquí uno puede pedir un acta de matrimonio certificada a cada rato, y la checan y cotufan con el registro. La última que tenía era de Mayo, para un trámite que hice en la embajada, pues no les valió. Que porque que tal si ya me había divorciado de Mayo a Octubre. La querían nueva. No importa que el cónyuge estuviera ahí de cuerpo presente diciendo que seguía siendo mi marido. Nones chicharrones. Ya no daba tiempo de ir a por el dichoso papel a la otra oficina. Y Alarís se tenía que ir a Petra al día siguiente. Me dijo que cuando regresara, que íbamos a tener una mañana libre. Que checo el calendario y veo que es viernes, que aquí es día no laborable. ¡Qué la que se cayó!  Entonces quién sabe hasta cuando voy a seguir de ilegal. ¡Ni maíz!

            Pues que agarro un taxito y me lanzo a la dependencia donde dan las actas nuevas, porque mi coche anda con un chofer trabajando también porque es temporada alta de turismo, o sea que ni viejo, ni coche. Me bajé en una avenida, y de camino a la oficina de gobierno, hay como en todos los sitios burocráticos aquí en Jordania, afuera una serie de tenderetes con mesas y gente con las formas, plumas, y diferentes cosas para ayudarte en tus trámites por una lana. Desde el que te llena la forma, hasta el que te toma las fotos, te saca copias o te enmica el papelito una vez que lo obtienes.  Pues uno de esos changuitos, que además trafica con lugares para estacionar es cuate de Alarís (por variar). Me dijo, pásele en qué le ayudamos. Y le dije quién era yo, si se acordaba de mí. Faltaba más, me dijo que sí. Me enseñó en su celular fotos de mi viejo, para asegurarse que era el correcto. Me llenó la forma en árabe, cosa que me vino muy bien- porque mi ortografía y caligrafía en árabe son atroces, y me dijo donde tenía que ir. Fui. La señorita que me atendió solo leyó el nombre del cónyuge jordano y me dijo que quién era. Cuando le dije que mi esposo, me dijo que ok, que pasara a la caja. Pagué un dinar y me dieron una ficha. Oí que tardaban como una hora. En vez de sentarme allí nomás a verme crecer las uñas, me salí a la calle, porque esta oficina está cerca de Rainbow Street, una calle de moda en Amman. Fui a una tienda de artesanía que me gusta a babosear, me comí un helado y regresé.
            En la ventanilla donde dan los papeles estaban voceando a la gente. En esa oficina hacen pasaportes, actas y actualizan libros de familia cuando nace algún chamaco, entonces tenían varios tipos de papeles. El mío no estaba entre los que voceó el hombrecito, pero había otro montoncito al lado. Le pedí al hombre si podía buscar el mío allí. Me dijo que si era pasaporte. Le dije que no y entonces me dijo que no, yo vi que tenía actas de matrimonio, pero aquí y en china se ponen tontos los burócratas. Total me senté. A la siguiente voceada no me llamaron y vi los números de ticket de la gente que recogía sus papeles. Le fui a poner cara de huarache al hombre hasta que me dijo, a ver: nombre….. Le dije y buscó en el montón de debajo de los pasaportes y ahí estaba mi papel. 
            Pensé que si iba al otro lado sin marido y tarde, ya con los burócratas cansados, me iban a batear o sea que mejor me preparé para ir al día siguiente tempranito, con una charola de pan para ponerlos de buenas y hacerles la llorona de que ya había traído al hombre y ahora por trabajo no había podido venir y…..
            Y que me habla el occiso y me dice que ni vaya, que habló con un fulano ahí que es amigo suyo para pedirle que me echara la mano y le dijeron que ni de broma si no va que porque hace poco le dieron la identificación a una señora que contó una historia y resulta que ya no estaba casada y que fue un problema y que los regañaron muchísimo a todos y que no iba a poder ser. Entonces, pues ya tengo el papelito listo y ahora que tenga al hombre a la mano ya iremos a sacar el dichoso papel.

            El vivir aquí me ha obligado a ser más flexible y más paciente con muchas cosas. Yo que era híper estructurada y me gustaba tener todo organizado y planeado al minuto para darle algo de control a mi vida que en otros sentidos era muy caótica, ahora tengo que aprender a que hay veces que trabajo muchísimo, en días hábiles y no hábiles, las 24 horas. Hay otras veces que por ejemplo un lunes me la puedo pasar todo el día de flojera. Que no sé cuando vaya a tener un día para hacer el trámite famoso e indispensable y a tener paciencia hasta que lo tenga. He aprendido a ser más flexible en otras cosas, por ejemplo a depender de mucha gente, a hacer mis planes e itinerarios y subcontratar al chofer, al beduino del tour, al coyote fronterizo, a los guías en otros países y a confiar. Claro que es gente a la que ya pasé revista y con la que tengo el más estricto control de calidad y que saben que solo trabajo con gente que entiende que el servicio y la satisfacción del cliente es primero. Que lo que para nosotros es un día normal de trabajo, para los viajeros es un día de vacaciones irrepetible y que como tal tenemos que hacer lo que sea para que resulte excelente y memorable.  Antes una babosada como que viniera a comer un amigo de mi hijo de primero de primaria, me daba migraña porque qué le iba a dar de comer, y si no le gustaba y si….. quería que todo fuera perfecto y completamente controlado. Ahora que tengo muchas más cosas que controlar y que organizar y luego dejar ir, he encontrado la paz dentro de mí. Hago lo que tengo que hacer, lo mejor que puedo y después cuando no puedo hacer más, ya está. Eso no quita que estoy de mojada hasta nuevo aviso, aunque esté muy zen.
Salam!


sábado, 6 de octubre de 2018

NUEVA YORR, CAROLINA


NUEVA YORR, CAROLINA
            Ya sé que a ti, lector o lectora esta frase no te dice nada y más bien te parece otro de mis desvaríos orates. En mi casa no se puede mencionar Nueva York sin decir Nueva Yorr, Carolina. Es una de esas frases tontas con las que se me pega el flotador a veces y con las que acabo contaminando a mi gente.
            Nueva York es uno de mis lugares favoritos en el mundo y en los que tengo recuerdos muy queridos de cuando mis hijos estudiaban por ahí, de cuando los llevé una semana de pascua, de una vez que fui con mi papá y mis hermanos, otra con una de mis hermanas, de mi mejor maratón, otra con los exsuéteres y siempre lo pasé genial porque esa ciudad lo tiene todo. Total, hace poco mi hermana Mati me mandó un texto diciéndome que estaba en Nueva Yorr, Carolina; pensando en mí.  Me dio por acordarme de donde salió la frasecita y como es una historia como de película de Fellini, ahí les va.

            Hace años estaba yo dedicada a la crianza de los frutitos de mi vientre principalmente y en mis ratos de ocio me dedicaba a actuar como speaker para la industria farmacéutica en estos congresos que hacen para promocionar sus productos y les dan puntos a los médicos para que conserven sus licencias pues les valen como “educación médica continua”. Llevan generalmente a gente que sabe muchísimo de clínica, doctores que trabajan en hospitales de concentración y han visto millones de casos de la enfermedad a tratar y aparte llevan a un bicho raro que hable de cómo funciona el medicamento en cuestión, de cómo es la molécula, que pasa en el cuerpo con ella y como ataca el padecimiento. Esto último es lo que hacía su charra (o sea, yo mera). Era un trabajo padre en ese momento de mi vida, pues no tenía horario fijo, me permitía hacerlo de vez en cuando y a la vez ir a el día del papalote del colegio de Francisco, al día de la primavera del otro colegio, a los mil partidos de futbol y a las terapias de ligamentos rotulianos, pero a la vez de vez en cuando me permitía ser la Dra. Fuentes, que alguien me hablara de usted, que el cerebro no solo me diera para cortar sandwichitos de jamón en cuadritos,  me pagara bien y me diera una noche en un hotel en Cancún en santa paz.
            En una de esas, iba yo a hablar ya no me acuerdo de qué medicamento en un congreso de salud de Pemex en el puerto de Veracruz cuando sucedió una de estas tragedias que a menudo suceden allá a fines del verano, cuando las presas se llenan de agua y se desbordan. La ciudad fue arrasada por el agua, dejando a miles de damnificados.  El congreso no se suspendió y como yo tenía un contrato, pues cumplí y fui.
            En el aeropuerto me recogieron unos señores con sendo uniforme de Pemex y una pick-up de doble cabina y volados me llevaron al centro de convenciones. De camino se me empezó a partir el alma porque por un lado se veían andenes de tiendas de autoservicio llenos de tarimas con millones de botellas de agua, las tiendas de conveniencia las estaban vendiendo carísimas y por otro lado se veía gente desesperada sacando sus muebles llenos de lodo de sus casas y haciendo colas para conseguir víveres y agua.
            El centro de convenciones era una cosa completamente surreal. Menos mal llegué rayando a dar mi conferencia. Hice lo que vine a hacer y hasta después tome conciencia de lo que pasaba a mi alrededor, porque de no haber sido así, dudo que hubiera podido funcionar. El lugar estaba dividido en dos por una pared de tabla-roca. En un lado se estaba llevando a cabo el congreso de salud de PEMEX con el derroche de dinero que hacen las farmacéuticas en este tipo de eventos que a veces raya en lo ridículo. Había stands que vendían todo tipo de cosas de interés para los doctores, desde estetoscopios hasta calacas y stands donde se podía jugar Guitar Hero bajo el patrocinio de algún laboratorio farmacéutico. Juro que no es cotorreo. Todo esto ya había sido pagado y contratado desde antes, ya ni modo. Pero lo grotesco estaba en que pared de por medio había gente vestida con playeras y gorras haciendo campaña para el infame Duarte (de haber sabido caray), porque cuando fueron evacuados salieron a medio vestir. La gente cargaba en brazos su despensa de la Cruz Roja, pero a ver donde iban a usar su litro de aceite y su kilo de azúcar porque no tenían casa, ni esperanza de recuperarla pronto. Había gente pegando letreros que decían “perdí a mi hijo, 6 años, señas particulares…. Comunicarse al……”. De horror. 
Los cuatitos que me tenían a su cargo me encontraron con cara de mensa y los ojos desorbitados y me preguntaron si estaba lista para irnos de regreso al aeropuerto. Les dije que sí. Salimos otra vez en la pick-up de Pemex y nos encontramos con calles acordonadas. El gobierno había mandado cerrar algunas colonias porque al parecer la presa iba a volver a desbordarse y le iban a abrir un poco, provocando una inundación semi-controlada. Los señores, haciendo alarde de la prepotencia propia del burócrata de última fila, le dijeron a los polis que tenían que pasar porque traían a un “funcionario”. Achis.  Y que nos dejan pasar, aún a sabiendas de que corríamos peligro, pero se sintieron muy poderosos. Lo que vimos por ahí, me acabó de maltratar el corazón: casas completamente arruinadas por el agua y el lodo, gente sacando sus muebles y electrodomésticos inservibles, colonias enteras muy dañadas.  Y no sabían que venía la segunda parte, cortesía del H. Gobierno. La mayoría solo daños materiales, pero tantos….
Llegamos al aeropuerto y estaba yo emocionalmente como perro apaleado. No daba crédito y no lo podía creer. Estaba al borde de la lágrima. Cuando tengo miedo o mucha tristeza, tengo la mala costumbre de fijar mi atención en las cosas más tontas y que me causen gracia, para distraerme y ahí es cuando esta historia vuelve al principio, no crean que me distraje. 
En el mostrador de la línea aérea había una señora con una capa de mink.  Neta. En Veracruz. En Agosto.  El sospechosismo de la vestimenta y mi estado emocional inconveniente hicieron que la señora se convirtiera en el foco de mi atención. Y de eso pedía su limosna. Venía con una niña prepuberta, la famosa Carolina, con la que hablaba en voz muy alta para que todos la oyeran. “Ay, Carolina, no te quites tu chamarra, porque la vamos a necesitar en Nueva Yorr, Carolina, por eso traigo las pieles”. Ah. No, pues, con razón. No importa que le faltaba llegar a México, tomar otro vuelo de unas cinco horas y después de pasar migración y recoger su equipaje, o sea a unas diez horas por lo menos de este momento, iba a necesitar taparse, en teoría, porque en Agosto en Nueva York hace un calor y humedad más parecido al clima veracruzano, pero para qué arruinarle la ilusión, y la oportunidad de publicitar su viaje a Nueva Yorr. En el mostrador, volvió a aclarar a voz en cuello que ellas iban a Nueva Yorr, por más que la señorita le decía que en este momento a donde iban, solo había vuelos a CDMX y Monterrey.
En la sala de espera continuó la historia, y yo por supuesto, clavada. “Es muy serio lo que pasó, Carolina. Lo bueno es que nosotras nos vamos a Nueva Yorr, pero la pobre gente de la colonia donde vive tu maestra lo está pasando muy mal…..”

En el vuelo no me tocaron cerca y ya se me estaban olvidando cuando llegando a México y casi saliendo de la T2 oí detrás de mí unos huarachazos despavoridos. Era la mamá de Carolina, corriendo detrás de un señor que se había equivocado de maletita negra y traía la suya. “Oiga, trae mis cosas para Nueva Yorr. ¡Carolinaaaaa!”

Llegué a mi casa con el corazón apachurrado. Cuando me preguntaron que cómo me había ido, me desbordé como la presa y lloré y lloré con impotencia por mis pobres paisanos tan amolados, por lo absurdo de que por un lado la gente no tenga nada más que una playera con el nombre de un ladrón y por el otro se gasten millones de pesos para vender medicinas. Traté de ayudar en lo que pude a esa gente y con el tiempo,  hubo una nueva tragedia natural que ocupó el lugar de esa, pero nunca se me olvidó. Y tampoco se me olvidaron Carolina y su mamá.
La siguiente vez que planeamos un viaje con mis hijos, fue a Nueva Yorr, Carolina, en vez de a Nueva York. Cuando mis hermanos oyeron y preguntaron, les dio risa y también se les quedó la maña, de por lo menos al hablar conmigo de esa ciudad, hacerlo así, y ahora hasta Alarís dice Nueva Yorr, Carolina, para confusión de quién lo oye, porque como la explicación es larga y compleja, mejor la dejamos pasar  y la gente nos ve como orates.
Salam!


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HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...