CORRE COMO EL VIENTO
Cuando mis niños
eran chiquitos empecé a tener conciencia de las carreras de larga distancia. Ya
estaban de moda desde antes, pero entonces empezaron a antojárseme, por el
reto, porque me sonaban a cosas imposibles. Además, había dejado de fumar y
traía un pleito casado con la báscula. Siempre me gustó hacer ejercicio, y
ahora lo hacía obsesivamente, sustituyendo al cigarro en mis TOCs y ayudándome
a no ponerme como globo.
Un día uno de mis primos bastante más chico
que yo corrió un 5K y cuando lo oí
platicar le hice una serie de preguntas extrañas, tipo “¿tu crees que yo podría
correr algo así un día? O sea, si hago ejercicio y todo, pero ¿crees que
podría?” El pobre se revolvió como lombriz en sal, porque no entendía que
quería que me dijera.
En el Kínder de mi hijo conocí a la que
después sería mi gran amiga y hasta mi Tía, verás luego porqué, y ella me
enseñó a correr. Me propuso un programa
de entrenamiento para correr y programa de alimentación y en el proceso nos
hicimos muy amigas, para siempre. Ella
llevaba años corriendo como gacela tamaulipeca y por lo mismo lo hacía muy
bien. Podía correr y platicar al mismo tiempo. Yo al principio solo le podía
decir “Si, ajá….mmmm….” entre resoplidos. Pero fiel a la promesa de mi Tía,
pronto pude correr seguidito y sin pedir piedad un buen rato y empezar a
disfrutarlo, a platicar mientras lo hacía. Me llevó a correr a lugares padres,
a Chapultepec, al Ocotal, al Desierto de Los Leones, al Cerro de San Miguel, a
La Pila, a Los Viveros, a La UNAM. Total, aprendí a disfrutarlo. Me empezaron a
salir las típicas lesiones de la gente que empieza a correr, inflamación del
tendón de Aquiles, la banda ileotibial, dolores de espalda, de rodillas,
ampollas de campeonato. Empezaron los estiramientos, las pomadas apestosas,
pero también empezó a hacérseme un hábito y un gusto. Corría con mi Tía por lo
menos una vez a la semana y los demás días corría yo sola. Me inscribí a mi
primera carrera de 10 KM y la terminé, muy orgullosa, junto con una de mis
hermanas que empujó a un Boy-Scout que regalaba bebidas de electrolitos en la
meta, para vomitar en la caja de cartón vacía, jajaja. En la noche estaba
destruida, fui a un concierto de Shakira en el Palacio de los Deportes
caminando como El Chorrito, que se hacía grandote y se hacía chiquito, pero no podía más que pensar en volverlo a
hacer. Esas cosas en una personalidad dada a los excesos como la mía, hacen
vicio. Corrí infinidad de 10K, muchos medios maratones, al principio entrenando
expresamente para ellos, ya después me llegué a echar alguno porque una amiga
me dijo que iba a correr uno al día siguiente por primera vez y yo me animé,
sin número ni nada. Me encontré al primo que hacia años había interrogado en la
salida y me dijo “freeloader” por no traer número, o sea por no haber pagado la
inscripción, ups. Prometí no tomar mucha
agua para no hacer el gasto.
Corrí varios maratones completos. El
primero fue un desastre terrible. Fue un maratón de Chicago que coincidió con
otros eventos importantes en la ciudad al mismo tiempo y una temperatura muy
alta, inusual en esa fecha. El resultado fue que faltó agua, protección civil y
los servicios médicos se vieron rebasados, muchos corredores tuvieron golpes de
calor y el maratón se suspendió a la mitad. Los bomberos y policías detenían a
los corredores y pedían que ya no corrieran para evitar que hubiera más
problemas que las ambulancias no daban abasto para atender. La gente que no
había pasado de la mitad, ya no pudo seguir, les cerraron la ruta. Yo estaba
atacada. Tanto entrenar, tanto esfuerzo. Le dije al bombero que me dejara
terminar caminando y me dijo que sí porque ya estaba cerca de la meta y en
cuanto no me vio, volví a correr. Hice un tiempo horrible pero acabé. No me
dejó buen sabor de boca pero lejos de curarme de espantos, quise repetir para
hacerlo bien ahora sí.
De ese maratón es que mi amiga se
convirtió en mi Tía. Lo corrimos juntas. Ella ya era toda una profesional, pero
para mí era la primera vez. Fuimos juntas, compartimos cuarto, lo pasamos padre
y nos volvimos parientas para siempre, de cariño. Se presentó el día anterior a
la carrera a cenar con unos huaraches de turista alemán y calcetines para
consentirse los pies. Me dijo que si no me daba pena. A mi lo que piense la
gente me vale muchisísimo gorro. Si nos corrieron del primer sitio donde
quisimos cenar, que dizque no había lugar. Si había pero no les gustaron
nuestros zapatos, yo traía tennis. Por eso le puse mi Tía Helga que viene de
Hamburgo, y yo soy su sobri.
De ahí me dio también por hacer
triatlón, que los doctores decían que era menos violento con el cuerpo que la
carrera. Empecé a tener lesiones serias y hasta a perder estatura por tanto
correr. El correr distancias así es para los caballos, no para las señoras,
pero es padrísimo.
Corrí un medio maratón aquí en Jordania,
en el Mar Muerto y lo gané. Pocas mujeres corren aquí y menos mujeres de mi
edad. Habíamos pocas, si bien algunas eran africanas y otras europeas y sí
corrían. Pocas jordanas, algunas de las africanas con hijab, o sea trapo en la
cabeza. Muchos corredores ciegos, impresionante, corren con un compañero que
los guía. Terminé mi carrera en un tiempo bueno, pero nada del otro jueves y me
fui a mi hotel. Me llamaron por teléfono y me dijeron que había ganado, que
volviera por mi trofeo y mi foto para el periódico. Pues fui, muy feliz.
Aquí el entrenar no está tan fácil por
el clima y porque en las calles no hay cultura de correr y la gente no está muy
acostumbrada a ver mujeres en ropa de correr occidental. Hay un parque lindo
cerca de mi casa, con caminitos para correr, pero la gente se sorprende mucho
cuando me ve pasar corriendo. Realmente no suelen usarlos. Los usan para pasear
o para hacer picnics, que eso sí que les gusta.
Para acabarla de fastidiar, me
atropellaron hace ya casi un año. Si me lees seguido ya sabes la historia. Por
si no, te lo cuento rápidamente. Venía yo en bicicleta, sin casco- ya sé, hola
idiota- y un cuate que venía mandando mensajes por el celular me centró con un
Prius. Mi espalda quedó bastante perjudicada. No tuve fracturas, que es lo que
le preocupaba a los médicos militares que me atendieron, pero si tuve múltiples
esguinces y desgarres musculares por toda la espalda, por lo que correr me
provoca mucho dolor de espalda baja y de cuello. Me encanta y de vez en cuando lo hago de
todos modos, pero lo pago caro.
Hace unos días fue el Maratón de Ammán.
Me inscribí en los 10 Km, ni siquiera en el medio y estaba pensando que ni eso
iba a poder correr porque cada que los corro en la banda en el gimnasio me
siento muy perjudicada y ese día tenía una cena de trabajo y al día siguiente
tenía que llevar a unos americanos a Petra y no quería estar hecha una piltrafa.
No se les ofreció un tour con una guía discapacitada. Ni hablar. Creo que este
año no se me va a hacer correr en competencia. Ya habrá otras o a lo mejor ya
tengo que hacerle caso a los tronidos de matraca de mi espalda, que ayer le
quitaron lo zen al profesor de una clase de Yoga que tomé en un lugar muy
hipster, cuando me quiso enderezar la espalda-y es hora de cambiar de deporte.
El pobre hombre, ya sabes, de rastas, y pantalón todo místico, aire de paz, o
de pacheco, según se vea… me puso dos dedos en el hombro y me empujó la espalda
con una rodilla estando yo en triconasana y cuando oyó el crujido, pegó un
brinco como de pollo en comal y se deshizo en disculpas.
Los años que corrí mucho, lo disfruté
enormemente. Aprendí a platicar al correr e hice muchos amigos entre los
corredores. Siempre que viajaba me llevaba mis tennis y conocí los lugares a
conciencia tempranito, porque a pie puedes ver las ciudades distinto y con
calma. Me daba horas para pensar y me daba endorfinas.
Acumulé una colección de anécdotas simpáticas. Por ejemplo una vez
corriendo en Tailandia, donde se maneja al revés, como en Inglaterra, de frente
al tráfico, venía de frente un cuate en una vespa. Se ajigolotonó al verme y
dudó para que lado irse, porque por el sentido de la calle a el le tocaba por
la orilla, pero yo venía pegadita al acotamiento, no quería ir en medio de la
carretera y odio darle la espalda al tráfico, total, entre que para un lado o
para el otro, baboseó y se cayó de la moto. Yo apenadísima, me traté de
disculpar como pude, y el hombrecito me debe de haber maldecido a mi y a todos
mis ancestros. Otra vez me salí a correr en Kyoto temprano, y llegué a un lugar
precioso con unas casitas de madera, puentes, flores y hasta garzas, de postal.
Traía en la mano una camarita como de juguete y me tomé una selfie. Había ahí
un japonés con una cámara impresionante que se ofreció a tomarme la foto. Yo le
dije que gracias. Se tardó un buen rato jugando con el zoom. Yo pensé que me
iba a tomar una fotaza. Me dio la cámara cerrada, con las dos manos, como hacen
los japos y yo todavía le di las gracias muchísimo, con caravanas y todo. Me
regresé a mi hotel y cuando vi la foto, casi me da un ataque de coraje, méndigo
viejo me había estado investigando el escote con el zoom, y me tomó la foto
para que yo lo supiera. En vez de mi foto bonita del lugar, tenía una foto de
mi propia pechuga. Mi exposo casi se descuaderna de risa y yo de berrinche.
Una vez en Hvar, Croacia vi un letrero que decía, medio maratón mañana. El exposo me dice, esa sería la típica pen.... que harías tu. Y dije, ¿como no? De estar sentada toda la tarde en una sobremesa a hacer algo que me encanta, y que me va a dar algo nuevo que conocer, híjole, pues creo que la decisión para mí es fácil. Y que entro a donde vendían las inscripciones y al día siguiente lo corrí. Conocí toda la isla a pincel, viendo un atardecer de regalo, pasando por montañas y acantilados, viendo playas perdidas y un pueblito del otro lado de la isla a donde te llevaban en camión para empezar la carrera. Increíble. Sin haberlo planeado y de "casualidad".
También era para mí un escape, una forma
de darme metas que cumplir, de sacarme de la casa, de darme pretextos para no
ver cosas que no quería ver.
Ahora que lo tengo claro, creo que debo
de ser más amable con mi cuerpo, escucharlo y hacer las cosas que disfruto,
pero que también me hacen bien. Mis ansias de ver la vida despacio y a fondo
las lleno con la bici en CDMX y en Amman y cuando viajo, pues aunque me duela,
si corro, aunque mucho menos que antes.
Me da nostalgia pensar en no volver a
correr como antes, pero también quiero poder seguir disfrutando de un cuerpo
sano durante muchos años, porque me fascina estar afuera y estar activa y no
quisiera por necedad tener que después necesitar arreglarme la espalda o las
rodillas. A ver qué pasa. Tóqarallah, como dicen por aquí, que significa algo
así como, déjaselo a Dios y es la solución y el final de cualquier plática o
discusión. ¿Qué hará Allah con tanta noñez que le dejan, pobrecito?
Salam!
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