sábado, 6 de octubre de 2018

NUEVA YORR, CAROLINA


NUEVA YORR, CAROLINA
            Ya sé que a ti, lector o lectora esta frase no te dice nada y más bien te parece otro de mis desvaríos orates. En mi casa no se puede mencionar Nueva York sin decir Nueva Yorr, Carolina. Es una de esas frases tontas con las que se me pega el flotador a veces y con las que acabo contaminando a mi gente.
            Nueva York es uno de mis lugares favoritos en el mundo y en los que tengo recuerdos muy queridos de cuando mis hijos estudiaban por ahí, de cuando los llevé una semana de pascua, de una vez que fui con mi papá y mis hermanos, otra con una de mis hermanas, de mi mejor maratón, otra con los exsuéteres y siempre lo pasé genial porque esa ciudad lo tiene todo. Total, hace poco mi hermana Mati me mandó un texto diciéndome que estaba en Nueva Yorr, Carolina; pensando en mí.  Me dio por acordarme de donde salió la frasecita y como es una historia como de película de Fellini, ahí les va.

            Hace años estaba yo dedicada a la crianza de los frutitos de mi vientre principalmente y en mis ratos de ocio me dedicaba a actuar como speaker para la industria farmacéutica en estos congresos que hacen para promocionar sus productos y les dan puntos a los médicos para que conserven sus licencias pues les valen como “educación médica continua”. Llevan generalmente a gente que sabe muchísimo de clínica, doctores que trabajan en hospitales de concentración y han visto millones de casos de la enfermedad a tratar y aparte llevan a un bicho raro que hable de cómo funciona el medicamento en cuestión, de cómo es la molécula, que pasa en el cuerpo con ella y como ataca el padecimiento. Esto último es lo que hacía su charra (o sea, yo mera). Era un trabajo padre en ese momento de mi vida, pues no tenía horario fijo, me permitía hacerlo de vez en cuando y a la vez ir a el día del papalote del colegio de Francisco, al día de la primavera del otro colegio, a los mil partidos de futbol y a las terapias de ligamentos rotulianos, pero a la vez de vez en cuando me permitía ser la Dra. Fuentes, que alguien me hablara de usted, que el cerebro no solo me diera para cortar sandwichitos de jamón en cuadritos,  me pagara bien y me diera una noche en un hotel en Cancún en santa paz.
            En una de esas, iba yo a hablar ya no me acuerdo de qué medicamento en un congreso de salud de Pemex en el puerto de Veracruz cuando sucedió una de estas tragedias que a menudo suceden allá a fines del verano, cuando las presas se llenan de agua y se desbordan. La ciudad fue arrasada por el agua, dejando a miles de damnificados.  El congreso no se suspendió y como yo tenía un contrato, pues cumplí y fui.
            En el aeropuerto me recogieron unos señores con sendo uniforme de Pemex y una pick-up de doble cabina y volados me llevaron al centro de convenciones. De camino se me empezó a partir el alma porque por un lado se veían andenes de tiendas de autoservicio llenos de tarimas con millones de botellas de agua, las tiendas de conveniencia las estaban vendiendo carísimas y por otro lado se veía gente desesperada sacando sus muebles llenos de lodo de sus casas y haciendo colas para conseguir víveres y agua.
            El centro de convenciones era una cosa completamente surreal. Menos mal llegué rayando a dar mi conferencia. Hice lo que vine a hacer y hasta después tome conciencia de lo que pasaba a mi alrededor, porque de no haber sido así, dudo que hubiera podido funcionar. El lugar estaba dividido en dos por una pared de tabla-roca. En un lado se estaba llevando a cabo el congreso de salud de PEMEX con el derroche de dinero que hacen las farmacéuticas en este tipo de eventos que a veces raya en lo ridículo. Había stands que vendían todo tipo de cosas de interés para los doctores, desde estetoscopios hasta calacas y stands donde se podía jugar Guitar Hero bajo el patrocinio de algún laboratorio farmacéutico. Juro que no es cotorreo. Todo esto ya había sido pagado y contratado desde antes, ya ni modo. Pero lo grotesco estaba en que pared de por medio había gente vestida con playeras y gorras haciendo campaña para el infame Duarte (de haber sabido caray), porque cuando fueron evacuados salieron a medio vestir. La gente cargaba en brazos su despensa de la Cruz Roja, pero a ver donde iban a usar su litro de aceite y su kilo de azúcar porque no tenían casa, ni esperanza de recuperarla pronto. Había gente pegando letreros que decían “perdí a mi hijo, 6 años, señas particulares…. Comunicarse al……”. De horror. 
Los cuatitos que me tenían a su cargo me encontraron con cara de mensa y los ojos desorbitados y me preguntaron si estaba lista para irnos de regreso al aeropuerto. Les dije que sí. Salimos otra vez en la pick-up de Pemex y nos encontramos con calles acordonadas. El gobierno había mandado cerrar algunas colonias porque al parecer la presa iba a volver a desbordarse y le iban a abrir un poco, provocando una inundación semi-controlada. Los señores, haciendo alarde de la prepotencia propia del burócrata de última fila, le dijeron a los polis que tenían que pasar porque traían a un “funcionario”. Achis.  Y que nos dejan pasar, aún a sabiendas de que corríamos peligro, pero se sintieron muy poderosos. Lo que vimos por ahí, me acabó de maltratar el corazón: casas completamente arruinadas por el agua y el lodo, gente sacando sus muebles y electrodomésticos inservibles, colonias enteras muy dañadas.  Y no sabían que venía la segunda parte, cortesía del H. Gobierno. La mayoría solo daños materiales, pero tantos….
Llegamos al aeropuerto y estaba yo emocionalmente como perro apaleado. No daba crédito y no lo podía creer. Estaba al borde de la lágrima. Cuando tengo miedo o mucha tristeza, tengo la mala costumbre de fijar mi atención en las cosas más tontas y que me causen gracia, para distraerme y ahí es cuando esta historia vuelve al principio, no crean que me distraje. 
En el mostrador de la línea aérea había una señora con una capa de mink.  Neta. En Veracruz. En Agosto.  El sospechosismo de la vestimenta y mi estado emocional inconveniente hicieron que la señora se convirtiera en el foco de mi atención. Y de eso pedía su limosna. Venía con una niña prepuberta, la famosa Carolina, con la que hablaba en voz muy alta para que todos la oyeran. “Ay, Carolina, no te quites tu chamarra, porque la vamos a necesitar en Nueva Yorr, Carolina, por eso traigo las pieles”. Ah. No, pues, con razón. No importa que le faltaba llegar a México, tomar otro vuelo de unas cinco horas y después de pasar migración y recoger su equipaje, o sea a unas diez horas por lo menos de este momento, iba a necesitar taparse, en teoría, porque en Agosto en Nueva York hace un calor y humedad más parecido al clima veracruzano, pero para qué arruinarle la ilusión, y la oportunidad de publicitar su viaje a Nueva Yorr. En el mostrador, volvió a aclarar a voz en cuello que ellas iban a Nueva Yorr, por más que la señorita le decía que en este momento a donde iban, solo había vuelos a CDMX y Monterrey.
En la sala de espera continuó la historia, y yo por supuesto, clavada. “Es muy serio lo que pasó, Carolina. Lo bueno es que nosotras nos vamos a Nueva Yorr, pero la pobre gente de la colonia donde vive tu maestra lo está pasando muy mal…..”

En el vuelo no me tocaron cerca y ya se me estaban olvidando cuando llegando a México y casi saliendo de la T2 oí detrás de mí unos huarachazos despavoridos. Era la mamá de Carolina, corriendo detrás de un señor que se había equivocado de maletita negra y traía la suya. “Oiga, trae mis cosas para Nueva Yorr. ¡Carolinaaaaa!”

Llegué a mi casa con el corazón apachurrado. Cuando me preguntaron que cómo me había ido, me desbordé como la presa y lloré y lloré con impotencia por mis pobres paisanos tan amolados, por lo absurdo de que por un lado la gente no tenga nada más que una playera con el nombre de un ladrón y por el otro se gasten millones de pesos para vender medicinas. Traté de ayudar en lo que pude a esa gente y con el tiempo,  hubo una nueva tragedia natural que ocupó el lugar de esa, pero nunca se me olvidó. Y tampoco se me olvidaron Carolina y su mamá.
La siguiente vez que planeamos un viaje con mis hijos, fue a Nueva Yorr, Carolina, en vez de a Nueva York. Cuando mis hermanos oyeron y preguntaron, les dio risa y también se les quedó la maña, de por lo menos al hablar conmigo de esa ciudad, hacerlo así, y ahora hasta Alarís dice Nueva Yorr, Carolina, para confusión de quién lo oye, porque como la explicación es larga y compleja, mejor la dejamos pasar  y la gente nos ve como orates.
Salam!


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1 comentario:

HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...