Imagina esta escena: En un camellón en una avenida en CDMX una
linda niña con mugre de años esta esperando a que se ponga el semáforo para
pedir dinero, como le dijeron que hiciera. Mientras tanto, se está esforzando
en la medida de lo posible por sacarse un moco.
Un conductor muy
asqueroso se acercaba al cruce con la preventiva y se percató de cómo la niña
finalmente obtuvo el resultado deseado y se sacó un molusco digno de concurso y
volada se acercó a su coche. El, rápidamente, mientras buscaba cambio le
gritaba: No, niña! No toques el coche! No te acerques, te voy a dar pero no
toques nada. Pon la mano. La niña puso
la mano y el le iba a dejar caer las monedas, pero la niña, pensando que tal
vez se arrepentiría, saltó volada a tomarlas ….. y por supuesto dejó el moco en
la mano del conductor.
Esto no es un
invento. Es una historia verdadera, que me ha causado a la vez arcadas y carcajadas
cada vez que me acuerdo.
Pues resulta que
en los países árabes, hombres y mujeres que no son parientes de sangre o están
casados no deben tocarse, por lo que se dan el cambio en las tiendas de esta
forma, como sacándole la vuelta a algo asqueroso.
Al principio,
cuando llegué, me sentía un poco agredida de que me dejaran caer el cambio en
las manos y que tuvieran tanto cuidado en no tocarme y no mirarme directamente.
Me sentía como apestada, como si me estuvieran haciendo “el feo”, me sentía
moco.
Ahora ya sé que
así es, y las razones que hay detrás, por lo que pongo la mano y trato de
cooperar en la medida de lo posible.
La gente
religiosa practica un baño ritual para rezar y si lo toca una persona del sexo
opuesto que no es su pariente, hay que volver a lavarse. Además se considera de
mala educación y muy ofensivo y “pasado” el tocar a una mujer ajena. No se
hace. Si tu los tocas, con o sin
intención, les estropeas la pureza necesaria para el rezo y además se puede
prestar a malas interpretaciones por parte del interfecto, que puede pensar que
le estás tirando los canes, o por parte de su pareja, que se puede indignar.
Ahora, aunque
intelectualmente lo entiendo y cada vez estoy más hecha a la idea, siento
horrible cuando yo lo hago. En el súper por ejemplo, al darle unas monedas al
empacador, me siento como el conductor del moco. Dentro de mí le pido perdón a
la gente cada vez que hago esto, les explico en mi cabeza que no les estoy
haciendo una grosería, y que no pienso que están sucios o los estoy haciendo de
menos. Sé que para ellos es lo más normal, es lo que esperan y es más, lo
contrario les ofendería más, pero yo me siento fatal cada vez que lo hago. Lo
mismo me pasa cuando hago lo correcto en las tiendas y en los sitios públicos e
interactúo con los hombres que atienden con cara de huarache y la mirada baja,
como si me estuviera atendiendo un mueble invisible. Me parece espantoso.
El día que me
regresé de México, empezaba el folklore de la escasez de gasolina y había un
tráfico de esos que sabemos organizar en el Defectuoso, que por supuesto la
gente mala aprovechaba para asaltar a los transeúntes. Yo iba para el
aeropuerto en Uber y llevaba conmigo dinero ajeno de varias personas que me
habían pagado viajes, o sea que la idea de que me pasara algo no me hacía nada
feliz. Nunca, pero en particular ese día no estaba para malas bromas. No me
quedó más que ponerme en manos de mi guardaespaldas de confianza, el de arriba.
Pues resulta que el chofer del Uber se llamaba Ángel y le quedaba el nombre de
maravilla. Apagó el Waze porque la mujercita estaba necia en que fuéramos por
un camino que no nos convenía tanto, las vías “rápidas” estaban como
estacionamientos, y se fue por unos caminos rarísimos, sin parar de platicar,
siempre muy agradable y me llevó a tiempo al aeropuerto. Pero esta historia va a
ejemplificar el contraste entre mis dos países. A mitad del camino me platicó
que su hija era doctor en ciencias, y le dije que yo también. Me preguntó que
de donde, le dije que del IPN. Me extendió la mano. Se la di y me dio un beso
en la mano. Me dijo que me felicitaba, que el también era Burro Blanco y se
siguió platicando de mil cosas, de su trabajo anterior, de sus hijas, de su
mamá... Esto en Jordania sería un
despropósito gigantesco, una ofensa desmedida, una deshonra casi. A mi el
hombre se me hizo encantador. Me dejó en el aeropuerto, me ayudó con mis
maletas, no me quería aceptar la propina y por supuesto nos despedimos de beso
como si fuéramos amigos de siempre, que después del traficadero, pues casi
éramos, llevábamos hora y media platicando.
Al llegar aquí,
la pasteurización ideológica me hace andarme con cuidado. Estoy en una reunión
y cuando me despido me tengo que forzar a mi misma para no despedirme de beso
de los hombres. Me tengo que forzar a guardar distancia con mis amigos y mis
cuñados, porque así son las cosas. En cambio con los niños, con mis amigas y
las mujeres de mi familia nos dejamos ir con los apapachos, sin pena. Aún con
la gente que si “se vale” tocarse, no está bien visto hacerlo en público. Por
ejemplo, mis amigas y cuñadas nunca tocan a sus maridos abiertamente y a unas
les da risa y a otras envidia el que Alarís y yo andemos de la mano y Baba se sorprende de que le de sus apapachos de
repente. Sus otras nueras lo saludan de beso nadamás. Yo soy muy apapachadora,
y como no los veo tan seguido a veces, pues si le doy sus buenos abrazos,
faltaba más. Al principio se resistía, pero ya soltó el cuerpo y se deja
querer. Ummi es cariñosísima siempre. Si te tiene cerca te hace piojito, te
abraza o te hace cariños en los brazos o las piernas y además te dice siempre
cosas lindas. Es un amor.
En otros asuntos,
Alarís se ha decidido a aprender español. Mientras estuve en México se lanzó al
Instituto Cervantes a hacer examen, en donde por una injusticia le pusieron
nivel cero. Habla bastante español y con muy buen acento, pero por supuesto que
lo que habla no es lo que le preguntaron en el examen. En esta escuela, fundada
obviamente por gachupines, el español que se enseña es completamente castizo, y
Alarís habla un español muy latino, lo que me ha aprendido a mi y a mi familia
en México y lo que ha pescado de ver series en la tele, que le digo que es una
pésima idea, va a acabar hablando como narcotraficante colombiano y con puras
majaderías, tanto por la tele como porque yo miento madres con bastante
regularidad, más en un país donde nadie me entiende, es de lo más gratificante
ir por la vida soltando improperios sin que alguien se entere o se de por
ofendido. Pues total, que convenció a
dos de sus amigos que es un gran nicho de trabajo el hablar español y que los
encamina también a que tomen clases con él y ahí van. Uno de ellos está casado
con una niña que se ha hecho muy amiga mía. Nos conocimos por los esposos, pero
sus hijitas me tomaron querencia y ya nos queremos aparte. Ella tiene además
tres hermanas que son también lindísimas y todas son buenas amigas mías, nos
juntamos a veces a platicar, a jugar cartas, por supuesto a comer que aquí es
un tema. Ahora con el pretexto de los esposos escolares, pues dos veces por
semana nos veremos “a la salida” porque salen a la hora del tráfico y para
esperar a que baje, pues nos visitamos unas a otras, cosa que está padre. Los esposos son entre ellos muy amigos y por todos
nos frecuentamos con bastante regularidad. Es chistoso, pero a veces vas a casa
de alguna y la hermana no está de visita pero el esposo sí. Se llevan como
hermanos todos y a nosotros nos han incluido en su familia. Uno de los esposos
trabaja casi siempre en el extranjero, es camarógrafo de una televisora y por
lo mismo es más alivianado e internacional. Siempre me saluda “de mano”. Otro
de ellos alguna vez me ha tocado, cuando tuve un accidente fuerte porque le di
apuración, cuando regresé de un viaje largo, yo creo que pensó que ameritaba.
Los otros dos, ni de broma. Sé que me quieren bien, y el que no me toquen no me
hace sentir como moco, pero si me causa a veces conflicto el estar sentados
todos en la sala jugando cartas, muertos de risa y cuando me despido darme de
besos y abrazos con las mujeres y sacarle la vuelta a los hombres.
Así las cosas y a donde fueres, haz lo que vieres.
En México en
cuestiones de trabajo, siendo mujer, siempre hay que estarle midiendo el agua a
los tamales. Ver si saludas de beso o de mano, dependiendo si la gente es “GCU”
o no (Gente Como Uno, odio esta expresión que le oí a una comadre y se me hizo
de lo más discriminatoria, pero es una realidad, así somos los mexicanos y el “como
uno” puede basarse en color de piel, nivel de educación, nivel socioeconómico,
nivel en la jerarquía de trabajo, años de conocerse….), y de todos modos hay a
ciertas gentes del sexo opuesto que hay que estar siempre muy abusada para
hacerles la Okiwasa o alguna llave de luchador profesional para mantenerlos a
una distancia prudente, porque en efecto, les das la mano y se quieren seguir
con alguito más. Aquí en los países
árabes, eso de andar midiendo es mucho más complejo. Para mí lo normal después
de una buena conversación de negocios, por ejemplo cuando vas a ver un hotel
nuevo, te enseñan todas las instalaciones, te ofrecen un café te apalabras con
tarifas preferenciales, quedas como grandes carnales y te intercambias tarjetas,
lo lógico sería despedirme con un buen apretón de manos. A medida que el
momento se acerca, si el sujeto es hombre, empiezo a ver como se empieza a
poner nervioso, porque con mi pinta de mujer occidental, ve venir que
probablemente le quiera dar la mano y está su cabeza a mil pensando como
zafarse sin que yo me vaya a ofender. Los muy tradicionales se ponen la mano
sobre el corazón y con eso te dan a entender que te saludan de corazón pero que
ni de broma se van a contaminar con tu piel. Yo ya los conozco y les ahorro el
mal trago y en cuanto empiezo a ver que cambian el peso de un pie a otro y se
les ponen los ojitos pizpiretos, síntoma seguro de que una de dos, o quieren ir
al baño muchísimo o se están poniendo nerviosos, ya les digo Ma Salame (Vaya en
Paz, con gesto de la mano como de bye, bye) y les ahorro el mal trago. Es
chistosísimo ver como en seguida se relajan. Claro que todo esto es si voy sola. Si llevo a
un hombre conmigo, por más que este fuera poco más que un simio, por “respeto”
toda conversación y atención iría dirigida a él, por más que esté clarísimo que
la dueña del circo soy yo, pero así es la cosa acá. No vaya a ofenderse el
esposo, hermano o padre porque le pedaleen la bicicleta. Entonces si el circo y
los changos son míos, mejor voy sola, para que me atiendan a mí, porque como me
acompañe Alarís o algún amigo o cuñado, ya valió sombrilla el asunto.
Me voy haciendo a
la idea y a las costumbres ajenas, a no sentirme ofendida por cosas que no van
encaminadas a ofender y a no incomodar a la gente por ignorancia.
Salam!