lunes, 21 de enero de 2019

EL MOCO


 Imagina esta escena:  En un camellón en una avenida en CDMX una linda niña con mugre de años esta esperando a que se ponga el semáforo para pedir dinero, como le dijeron que hiciera. Mientras tanto, se está esforzando en la medida de lo posible por sacarse un moco.

            Un conductor muy asqueroso se acercaba al cruce con la preventiva y se percató de cómo la niña finalmente obtuvo el resultado deseado y se sacó un molusco digno de concurso y volada se acercó a su coche. El, rápidamente, mientras buscaba cambio le gritaba: No, niña! No toques el coche! No te acerques, te voy a dar pero no toques nada. Pon la mano.  La niña puso la mano y el le iba a dejar caer las monedas, pero la niña, pensando que tal vez se arrepentiría, saltó volada a tomarlas ….. y por supuesto dejó el moco en la mano del conductor.
            Esto no es un invento. Es una historia verdadera, que me ha causado a la vez arcadas y carcajadas cada vez que me acuerdo.

            Pues resulta que en los países árabes, hombres y mujeres que no son parientes de sangre o están casados no deben tocarse, por lo que se dan el cambio en las tiendas de esta forma, como sacándole la vuelta a algo asqueroso.
            Al principio, cuando llegué, me sentía un poco agredida de que me dejaran caer el cambio en las manos y que tuvieran tanto cuidado en no tocarme y no mirarme directamente. Me sentía como apestada, como si me estuvieran haciendo “el feo”, me sentía moco.
            Ahora ya sé que así es, y las razones que hay detrás, por lo que pongo la mano y trato de cooperar en la medida de lo posible.
            La gente religiosa practica un baño ritual para rezar y si lo toca una persona del sexo opuesto que no es su pariente, hay que volver a lavarse. Además se considera de mala educación y muy ofensivo y “pasado” el tocar a una mujer ajena. No se hace.  Si tu los tocas, con o sin intención, les estropeas la pureza necesaria para el rezo y además se puede prestar a malas interpretaciones por parte del interfecto, que puede pensar que le estás tirando los canes, o por parte de su pareja, que se puede indignar.
            Ahora, aunque intelectualmente lo entiendo y cada vez estoy más hecha a la idea, siento horrible cuando yo lo hago. En el súper por ejemplo, al darle unas monedas al empacador, me siento como el conductor del moco. Dentro de mí le pido perdón a la gente cada vez que hago esto, les explico en mi cabeza que no les estoy haciendo una grosería, y que no pienso que están sucios o los estoy haciendo de menos. Sé que para ellos es lo más normal, es lo que esperan y es más, lo contrario les ofendería más, pero yo me siento fatal cada vez que lo hago. Lo mismo me pasa cuando hago lo correcto en las tiendas y en los sitios públicos e interactúo con los hombres que atienden con cara de huarache y la mirada baja, como si me estuviera atendiendo un mueble invisible. Me parece espantoso.

            El día que me regresé de México, empezaba el folklore de la escasez de gasolina y había un tráfico de esos que sabemos organizar en el Defectuoso, que por supuesto la gente mala aprovechaba para asaltar a los transeúntes. Yo iba para el aeropuerto en Uber y llevaba conmigo dinero ajeno de varias personas que me habían pagado viajes, o sea que la idea de que me pasara algo no me hacía nada feliz. Nunca, pero en particular ese día no estaba para malas bromas. No me quedó más que ponerme en manos de mi guardaespaldas de confianza, el de arriba. Pues resulta que el chofer del Uber se llamaba Ángel y le quedaba el nombre de maravilla. Apagó el Waze porque la mujercita estaba necia en que fuéramos por un camino que no nos convenía tanto, las vías “rápidas” estaban como estacionamientos, y se fue por unos caminos rarísimos, sin parar de platicar, siempre muy agradable y me llevó a tiempo al aeropuerto. Pero esta historia va a ejemplificar el contraste entre mis dos países. A mitad del camino me platicó que su hija era doctor en ciencias, y le dije que yo también. Me preguntó que de donde, le dije que del IPN. Me extendió la mano. Se la di y me dio un beso en la mano. Me dijo que me felicitaba, que el también era Burro Blanco y se siguió platicando de mil cosas, de su trabajo anterior, de sus hijas, de su mamá...  Esto en Jordania sería un despropósito gigantesco, una ofensa desmedida, una deshonra casi. A mi el hombre se me hizo encantador. Me dejó en el aeropuerto, me ayudó con mis maletas, no me quería aceptar la propina y por supuesto nos despedimos de beso como si fuéramos amigos de siempre, que después del traficadero, pues casi éramos, llevábamos hora y media platicando.




            Al llegar aquí, la pasteurización ideológica me hace andarme con cuidado. Estoy en una reunión y cuando me despido me tengo que forzar a mi misma para no despedirme de beso de los hombres. Me tengo que forzar a guardar distancia con mis amigos y mis cuñados, porque así son las cosas. En cambio con los niños, con mis amigas y las mujeres de mi familia nos dejamos ir con los apapachos, sin pena. Aún con la gente que si “se vale” tocarse, no está bien visto hacerlo en público. Por ejemplo, mis amigas y cuñadas nunca tocan a sus maridos abiertamente y a unas les da risa y a otras envidia el que Alarís y yo andemos de la mano y Baba  se sorprende de que le de sus apapachos de repente. Sus otras nueras lo saludan de beso nadamás. Yo soy muy apapachadora, y como no los veo tan seguido a veces, pues si le doy sus buenos abrazos, faltaba más. Al principio se resistía, pero ya soltó el cuerpo y se deja querer. Ummi es cariñosísima siempre. Si te tiene cerca te hace piojito, te abraza o te hace cariños en los brazos o las piernas y además te dice siempre cosas lindas.  Es un amor.
            En otros asuntos, Alarís se ha decidido a aprender español. Mientras estuve en México se lanzó al Instituto Cervantes a hacer examen, en donde por una injusticia le pusieron nivel cero. Habla bastante español y con muy buen acento, pero por supuesto que lo que habla no es lo que le preguntaron en el examen. En esta escuela, fundada obviamente por gachupines, el español que se enseña es completamente castizo, y Alarís habla un español muy latino, lo que me ha aprendido a mi y a mi familia en México y lo que ha pescado de ver series en la tele, que le digo que es una pésima idea, va a acabar hablando como narcotraficante colombiano y con puras majaderías, tanto por la tele como porque yo miento madres con bastante regularidad, más en un país donde nadie me entiende, es de lo más gratificante ir por la vida soltando improperios sin que alguien se entere o se de por ofendido.  Pues total, que convenció a dos de sus amigos que es un gran nicho de trabajo el hablar español y que los encamina también a que tomen clases con él y ahí van. Uno de ellos está casado con una niña que se ha hecho muy amiga mía. Nos conocimos por los esposos, pero sus hijitas me tomaron querencia y ya nos queremos aparte. Ella tiene además tres hermanas que son también lindísimas y todas son buenas amigas mías, nos juntamos a veces a platicar, a jugar cartas, por supuesto a comer que aquí es un tema. Ahora con el pretexto de los esposos escolares, pues dos veces por semana nos veremos “a la salida” porque salen a la hora del tráfico y para esperar a que baje, pues nos visitamos unas a otras, cosa que está padre.  Los esposos son entre ellos muy amigos y por todos nos frecuentamos con bastante regularidad. Es chistoso, pero a veces vas a casa de alguna y la hermana no está de visita pero el esposo sí. Se llevan como hermanos todos y a nosotros nos han incluido en su familia. Uno de los esposos trabaja casi siempre en el extranjero, es camarógrafo de una televisora y por lo mismo es más alivianado e internacional. Siempre me saluda “de mano”. Otro de ellos alguna vez me ha tocado, cuando tuve un accidente fuerte porque le di apuración, cuando regresé de un viaje largo, yo creo que pensó que ameritaba. Los otros dos, ni de broma. Sé que me quieren bien, y el que no me toquen no me hace sentir como moco, pero si me causa a veces conflicto el estar sentados todos en la sala jugando cartas, muertos de risa y cuando me despido darme de besos y abrazos con las mujeres y sacarle la vuelta a los hombres.
Así las cosas y a donde fueres, haz lo que vieres.
            En México en cuestiones de trabajo, siendo mujer, siempre hay que estarle midiendo el agua a los tamales. Ver si saludas de beso o de mano, dependiendo si la gente es “GCU” o no (Gente Como Uno, odio esta expresión que le oí a una comadre y se me hizo de lo más discriminatoria, pero es una realidad, así somos los mexicanos y el “como uno” puede basarse en color de piel, nivel de educación, nivel socioeconómico, nivel en la jerarquía de trabajo, años de conocerse….), y de todos modos hay a ciertas gentes del sexo opuesto que hay que estar siempre muy abusada para hacerles la Okiwasa o alguna llave de luchador profesional para mantenerlos a una distancia prudente, porque en efecto, les das la mano y se quieren seguir con alguito más.  Aquí en los países árabes, eso de andar midiendo es mucho más complejo. Para mí lo normal después de una buena conversación de negocios, por ejemplo cuando vas a ver un hotel nuevo, te enseñan todas las instalaciones, te ofrecen un café te apalabras con tarifas preferenciales, quedas como grandes carnales y te intercambias tarjetas, lo lógico sería despedirme con un buen apretón de manos. A medida que el momento se acerca, si el sujeto es hombre, empiezo a ver como se empieza a poner nervioso, porque con mi pinta de mujer occidental, ve venir que probablemente le quiera dar la mano y está su cabeza a mil pensando como zafarse sin que yo me vaya a ofender. Los muy tradicionales se ponen la mano sobre el corazón y con eso te dan a entender que te saludan de corazón pero que ni de broma se van a contaminar con tu piel. Yo ya los conozco y les ahorro el mal trago y en cuanto empiezo a ver que cambian el peso de un pie a otro y se les ponen los ojitos pizpiretos, síntoma seguro de que una de dos, o quieren ir al baño muchísimo o se están poniendo nerviosos, ya les digo Ma Salame (Vaya en Paz, con gesto de la mano como de bye, bye) y les ahorro el mal trago. Es chistosísimo ver como en seguida se relajan.  Claro que todo esto es si voy sola. Si llevo a un hombre conmigo, por más que este fuera poco más que un simio, por “respeto” toda conversación y atención iría dirigida a él, por más que esté clarísimo que la dueña del circo soy yo, pero así es la cosa acá. No vaya a ofenderse el esposo, hermano o padre porque le pedaleen la bicicleta. Entonces si el circo y los changos son míos, mejor voy sola, para que me atiendan a mí, porque como me acompañe Alarís o algún amigo o cuñado, ya valió sombrilla el asunto.


            Me voy haciendo a la idea y a las costumbres ajenas, a no sentirme ofendida por cosas que no van encaminadas a ofender y a no incomodar a la gente por ignorancia.
Salam!



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HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...