viernes, 31 de agosto de 2018

EL MAS CHIMUELO MASCA TUERCAS


EL MAS CHIMUELO MASCA TUERCAS

En Musulmania la gente tiene en general muy mala dentadura. No sé si es como en los países de Europa del Este, por los niveles de flúor en el agua, o como en China, por malos hábitos higiénicos, o por una combinación de ambas cosas. Así pues, ser dentista es un muy buen negocio y por lo menos en Amman, hay muchísimos dentistas y clínicas dentales en donde se trata de remediar lo ya estropeado y ahora se hacen cuestiones estéticas y preventivas.

En algún otro escrito mencioné que necesité un dentista aquí de urgencia por un accidente. Resulta que fui a pasar el día al mar muerto, con unas amigas y sus hijas y estábamos pasándolo bomba en la alberca cuando me dijeron que si me sabía echar clavados. Les dije que sí y me salí de la alberca, donde el agua me llegaba arribita de la cintura y me tiré un clavado rasito por la falta de profundidad. Lo que no chequé, fue que la alberca, del otro lado era un chapoteadero muy bajito y que por tanto, a un paso de donde yo había estado metida, el piso subía con una pendiente muy pronunciada. Ya te puedes imaginar el resultado. Fui a estampar la cara en el piso, de tal suerte que me abrí la nariz y un diente se me volteó para atrás. Horrible historia. Salí del agua, me enderecé el diente y me tapé la cara para no asustar a las niñas. Les dije como el chiste, que me había ganado la risa. Total, como en dos días el diente seguía flojísimo, sospeché y con razón que estaba roto por debajo de la encía y que había que ir con un profesional. Entonces sí me debía de haber conseguido una burqa porque parecía que me habían puesto una guamiza. Busqué en internet a un cirujano maxilofacial experto en implantología y que hablara inglés. Me aparecieron dos, un hombre y una mujer. Les llamé a los dos, la primera en darme cita fue ella, y por enorme suerte me salió muy efectiva y hasta amigas nos hicimos a lo largo de mi peregrinar por su consultorio a cada rato, hasta que el diente me quedó. Es simpatiquísima, le encanta estudiar y actualizarse, ganar dinero de forma independiente, salir al extranjero a tomar cursos donde puede echar sus canas al aire fuera de la vigilancia de sus papás, que consisten en irse a bailar salsa o en rentar bicicletas o irse a bucear.

Alarís, como buen Jordano, tiene una dentadura como si se hubiera pasado la vida masticando fierros. Le faltan muchas muelas, las que tiene le duelen y lo convencí de que si no se arregla eso, va a perder los pocos dientes que le quedan y va a quedar horrible, además de lo molesto que es que te duela la boca. Total, le vendí a Naela como la buenaza que es, y ahí vamos a que le pongan tornillos para ponerle implantes de las muelas que le faltan. Pobre! Le martillaron, taladraron, abrieron y le hicieron lo necesario para el arreglito. Salió todo hinchado y estropeado, todavía con instrucciones de ponerse unas inyecciones llegando a la casa y lejos de quejarse o mirarme con rencor por los arponazos que le puse y por haber sido la causante de su infortunio, me dijo que no sabía como agradecérmelo. Yo todavía en la oficina de la doctora me estaba riendo porque Naela tiene en su librero sus libros médicos y una sección completa de novelas románticas cachondísimas en inglés, que seguramente guarda allí para que no se las curioseen sus papás y porque jura que nadie sabe qué son. No contaba con que yo, que lo mismo he leído a Orhan Pamuk y Saramago, que me intercambiaba las novelitas de Jazmín con las muchachas en casa de mi mamá cuando era puberta y andaba pobre, he leído mi ración de ese tipo de romances de aeropuerto. Mi conocimiento bibliográfico da para conocer a varias de las autoras del librero de las travesuras de la dentista. Que risa. No le dije nada porque estaba Alarís enfrente, pero la próxima vez que la vea a solas le voy a poner una cotorriza tremenda y se va a poner de varios tonos de morado.
En mi experiencia, los hombres mexicanos son pésimos pacientes, siempre se andan muriendo de un catarro, se quejan por vicio y la culpa la tiene el que tenga la mala suerte de estar cerca. No se si aquí todos sean tan agradecidos, pero Alarís sí.  Baba también. Me ha tocado verlo en el hospital y convaleciente dos veces y es un paciente simpatiquísimo. Para empezar, aquí los protocolos hospitalarios son un poco sui generis. Resulta que como en todas partes, hay comida de hospital- muy diferente por cierto, nada de gelatina y caldito de pollo, probablemente arroz con pollo, yogurt seguro y algo más-, pero a todo mundo le da igual y las familias de los pacientes vienen cargadas de viandas al hospital, no solo para las visitas, sino para el paciente. Así, que dieta blanda ni que nada, traen termos con sopa de lentejas, pichones en salsa y cualquier cantidad de verduras crudas, que comen como snacks, por ejemplo hojas de lechuga, mientras un enfermero le toma la presión,  y no solo las come, si no que insiste en compartirlas con el enfermero hasta que este acepta y se come al menos una. Traen termos de café árabe también. Pero solo dos tacitas.  Las tazas aquí no tienen asas, son como las de los restaurantes chinos. Quien sirve el café se toma la primera para calentar la taza y luego sirve otra, que le ofrece a la primera visita. Un traguito apenas, luego al que sigue y al que sigue. Un revoltijo de babas tremendo, incluyendo al enfermo y al personal del hospital, aunque no queriendo la cosa, después de que beben los enfermeros si lavan las tazas, pues que cochinadas son esas.
Cuando la gente sabe que estás enfermo, lejos de mandarte sus buenos deseos y dejarte en santa paz, te va a visitar todo el mundo y a la hora que su gana les da. Así, no es poco usual que las visitas lleguen a las once de la noche, fumen como locas, se les de comer y beber, fruta, té o café, dulces árabes, agua, todo en distintos episodios, así se acostumbra aquí y en fin, se queden hasta las dos o tres de la mañana, cosa que me parece imprudentísima. Yo ya le advertí a Alarís y a mis amigas, que el día que sea yo la enferma, los mando a todititos a Chihuahua a un Baile a la primera de cambio, faltaba más.  Cuando de verdad te sientes mal, lo menos que quieres es estar viendo visitas, sino tirarte en tu cama a sentirte miserable hasta que se te pase.
En México por lo menos las visitas se limitan en general, salvo algún pariente muy pesado o la gente de mucha confianza que si quieres que te consienta, a visitarte en el hospital, y hay horarios después de los que se pide por favor que se vayan las visitas, y si de verdad te sientes mal, lo agradeces.
La tradición árabe dice que el anfitrión es el prisionero de sus huéspedes y que no se vale negarles nada. Entonces, no importa que ya estés metida en la cama,  de pronto alguien te habla y te dice, estoy a dos cuadras de tu casa y tu te tienes que poner algo, hacer té y poner cara, de “Que buena idea, te estaba esperando!” No creas, a mi esto me cuesta y nomás cruzan la puerta los imprudentes ya de salida y se me ponen ojos de huevo como puberto aborrecente y Alarís empieza a disculparse y a darme explicaciones. Así es. Ahlan, ahlan y ni modo.
Salam!

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HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...