Matarile
Venía hoy regresando del gimnasio. Un día de asco. Lluvia
de chipichipi, frío y neblina. Hermoso clima del Levante en invierno y de pronto, vi en
medio de la calle, en la esquina, ya para llegar a mi casa, un gran charco
rojizo. Me llamó la atención porque nada
estaba encharcado así y nada de ese color.
Voltee a ver y…. ZAS! En la esquina, acaban de terminar
hace poco un edificio de departamentos, que dieron una lata tremenda construyendo.
Que si ponían sus cisternas sobre la calle, frente a mi garaje, que si los
albañiles se gritaban instrucciones desde la azotea a la calle. Si no era una
era otra. El resultado fue un edificio muy mono, con departamentos grandecitos
de entre 300 y 400 metros, y no he entrado, pero para promocionarlos, acostumbran
tener las luces prendidas para que los veas desde afuera y se ven padres.
Pues el dichoso comprador de uno de ellos, como se
acostumbra aquí, festejó o agradeció el hecho, sacrificando a un pobre borrego,
ahí mismo. De la ventana a nivel calle colgaban las patas y la piel del ahora
occiso y un hombrecito en chanclas, que mañana será candidato a una neumonía,
estaba, como se hace en mi México, limpiando el garaje a manguerazo feroz, después
de haberle dado matarile al pobrecito bicho. ¡No manches! Estas cosas sí me recuerdan, como a Dorothy,
que “We are not in Kansas anymore”. Ya parece que te compras un departamento en
Santa Fé y procedes a destazar a un animalito en las áreas comunes del edificio, sin que
nadie levante una ceja. Yo creo que los vecinos, mínimo, le llaman a la
patrulla, a salubridad o a un exorcista.
Lo peor es que me acordé que hace poco, el Tocayo, el
infalible portero de mi edificio, que, número uno, no tiene una economía tan
boyante como para andar matando bichos de gran alzada y número dos, como es Egipcio,
supongo que extraña la comida ribereña de su pueblo, tuvo la ocurrencia de
invitar a otros amigos Egipcios, porteritos también, a una comida de cuates.
Como el pato, que es un plato muy Egipcio, acá no es muy común, no lo venden en
el súper así, salvo importado en bolsa, congelado, y caro, como en ciertos
mega-supers en México y pues, como a cualquier portero “selizofácil”, ir al
mercado al centro y comprar un pato vivo. El tal pato, oca o lo que haya sido,
afortunadamente no tuve el susto, vio el fin de sus días en el estacionamiento
de mi casa. Afortunadamente Alarís y yo andábamos de gira artística no me
acuerdo dónde. Como Alarís es el administrador del edificio porque es re-buena
gente, a los dos minutos del paticidio le empezaron a llegar whatsapps
consternados, ¡Qué barbaridad! Esto no puede ser. Hay que llamarle la atención
al portero. Hay sangre y plumas en un rincón…… El Tocayo es sumamente prolijo y
en dos minutos ya no había rastros de la funesta acción, pero de todos modos
los vecinos se consternaron. Yo también me hubiera consternado, pero dada la
costumbre que hay en este país de matar animalitos a derecha y a izquierda en
la mera casa del asesino, la doble moral del asunto me parece un tanto hipócrita.
Si hubiera sido el nuevo vecino de abajo, al que vino a ver un pariente del rey
(no me queda muy claro cual, pero resulta que ha de ser de mucho caché porque
es carnal de alguien de la familia real, ahí nomás así tengo vecinos tu…), no
creo que se la hubieran armado de jamón de la misma forma.
Cada vez que veo estas cosas me acuerdo que vivo entre
gente que hasta hace muy poco eran nómadas de desierto y que sí somos bien
diferentes.
A ver con que otro detallito salen los vecinos.
Salam!
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