Al
final del pueblo de Dasi, por el que siempre entro a Wadi Rum, está un edificio
con un letrero que dice: Asociación de Carreras de Camellos de Jordania. O sea que suponía que esto era un asunto de
alguna importancia. Una vez que fui con el Beduino Volador a ver una parte
distinta del desierto, no entré por el camino de siempre y vi el óvalo de
carreras y de hecho un par de camellos caminándolo. El beduino volador me dijo
que los llevan a “entrenar” para las carreras.
Es un óvalo bien grande, de 6 kilómetros, y los camellos lo caminan con
sus camelleros todos los días para que sepan por donde tienen que ir porque las
carreras son sin jinete.
Apenas
durante este verano vi una carrera por primera vez. Vino una pareja de hermanos
de Israel un par de días y querían estar un sábado a medio día en Jerusalén.
Para eso había que salir al alba del desierto para llegar a la frontera Rey
Hussein-Allenby a la altura de Ammán y Jerusalén antes de que cierre la frontera en sábado a
las 11. Cuando salíamos del desierto nos
tocó ver la carrera.
Claro, hace sentido que las hagan cuando hay
luz pero todavía no hace calor y cuando toooodos los beduinos de la comarca
pueden ir a verlas porque se enloquecen con ellas.
Ese
día me pareció divertidísimo lo que vi, pero como teníamos mucha prisa, no nos
detuvimos a ver mucho rato, vimos un momento, nos carcajeamos de lo folklórico
del asunto y nos tuvimos que ir porque si llegábamos tarde, y perdían el último
autobús a Jerusalén, las alternativas eran carísimas e impensables.
El
jueves llegué al desierto con turistas y el Beduino Volador me dijo que el
viernes en la mañana teníamos carrera, por si quería ir a ver. Claro que
quería. Le dije a mi gente que si se les antojaba e hicieron cara de “Me parece
perfecto”, pero cuando nos despedimos no lo mencionaron otra vez, creo que la
hora les pareció del terror.
Yo si me desperté temprano, dormí en casa de
Abu Yousef. Me quedé dormida seca, vestida, en su sala y no me moví en toda la
noche, estaba un poco cansada, insolada.
Cuando me levanté, toda mugrosa y polvosa del día anterior, me bañé de
volada, con agua helada y no había traído toalla pues no pensaba dormir ahí o
sea que me sequé como perro a sacudidas y me vestí y fui a hostigar a Alarís
para que me llevara a ver las carreras. El pobre me decía, “¿De verdad quieres
ir, habibti?” Le dije que si, de verdad verdadera. Y pues ahí vamos. Llegamos y había una polvareda tremenda. Toda
la población de camellos de Wadi Rum estaba ahí y todos los beduinos hombres
también. Estaban haciendo varios heats
de carreras, de muchos camellos cada vez, y la polvareda que se levantaba con
cada carrera era tremenda. Todo era
surreal y divertidísimo. El sol saliendo detrás de las montañas, miles de
camellos unos pintados con spray, otros marcados, otros con números. Cada uno
con una manta de un color distintivo y con un número sobre la joroba. Les ponen
además sobre la joroba, fija con un amarradijo una maquinita que da vueltas a
un cacho de manguera para que el pobre camello piense que le van a dar de
fuetazos y corra como el viento. No le pegan, nadamás lo amedrentan.
Ponen como en los hipódromos y galgódromos unas
casetas de salida que son móviles, acomodan a los contrincantes y
aaaaarrrrancaaaaan! Salen los camellos disparados y salen una cantidad absurda
de pick-ups, retacadas de beduinos gritando enloquecidos detrás de ellos, por
fuera del óvalo. Les gritan, les echan porras, hacen este ruido de emoción que
hacen los árabes: lilililililili- y dan vuelta a toda la pista. Lo más
divertido es que de un lado hay como un arco de concreto con un poli que marca
la entrada al camellódromo y para pasar por ahí, los coches se desvían, se dan
vuelta, derrapando. Lo sorprendente es que no chocan.
Pasando
el arco hay una colina con una construcción chiquita, perteneciente a la
dichosa Asociación de Carreras de Camellos, para que los personajes importantes
y los jueces supervisen la carrera. Tipo el palco real en Ascot, versión
beduina. Debajo, unos corrales grandes donde esperan los camellos que no han
corrido, y descansan los que ya lo hicieron. Cientos de camellos, unos
jadeantes y llenos de espuma y otros esperando turno. A unos los masajean y les
amarran sus maquinitas, a otros los apapachan por haberlo hecho bien y a otros
los ven como: mañana a la cazuela por inútil.
Hay alrededor miles de beduinos con niños, solos, unos que vinieron a
traer a sus camellos, otros a ver, otros que de plano ya se sentaron a calentar
té en mitad del desmóder. Es una cosa completamente surreal.
La vez pasada no tuve tiempo de ver tan a
fondo, pero tampoco noté tanto borlote. Me bajé del coche a tomar fotos. Alarís
me decía que mejor no, que entre cientos de beduinos y donde no había ninguna
mujer y menos occidental y descubierta aquello iba a parar en algo no tan
bueno, alguien se iba a querer hacer el chistoso y a él no le iba a hacer
gracia. Peeero Alaríiiiiiis! Cuando voy a poder tomar fotos de algo así de
cerca? Puso cara de camello el también y allá voy. Claro que nomás acercarme al
corral vinieron varios muchachones acomedidos a quererme hablar en inglés y
meterse en lo que no les importa. Los mandé a ver si ya puso la puerca en árabe
y listo. Tomé mis fotos y luego el Beduino Volador me explicó que la cosa se
había puesto tan intensa porque la final “final” es en dos semanas. Se supone
que el Islam prohíbe la apuesta, pero por supuesto que si hay algo de
apostadera y los camellos ganadores además se subastan y los Emiratíes los
compran carísimos . Esta gente, pobre de solemnidad, sueña con vender algún día
un camello Ferrari a algún ricacho de Dubai y por eso la cosa se pone
emocionante. A ver si tengo chance de ver la final y la subasta, y ya les
contaré en qué paró la cosa.
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