domingo, 13 de octubre de 2019

Y Arraaaancaaaan!





            Al final del pueblo de Dasi, por el que siempre entro a Wadi Rum, está un edificio con un letrero que dice: Asociación de Carreras de Camellos de Jordania.  O sea que suponía que esto era un asunto de alguna importancia. Una vez que fui con el Beduino Volador a ver una parte distinta del desierto, no entré por el camino de siempre y vi el óvalo de carreras y de hecho un par de camellos caminándolo. El beduino volador me dijo que los llevan a “entrenar” para las carreras.  Es un óvalo bien grande, de 6 kilómetros, y los camellos lo caminan con sus camelleros todos los días para que sepan por donde tienen que ir porque las carreras son sin jinete. 

            Apenas durante este verano vi una carrera por primera vez. Vino una pareja de hermanos de Israel un par de días y querían estar un sábado a medio día en Jerusalén. Para eso había que salir al alba del desierto para llegar a la frontera Rey Hussein-Allenby a la altura de Ammán y Jerusalén  antes de que cierre la frontera en sábado a las 11.  Cuando salíamos del desierto nos tocó ver la carrera.

Claro, hace sentido que las hagan cuando hay luz pero todavía no hace calor y cuando toooodos los beduinos de la comarca pueden ir a verlas porque se enloquecen con ellas.
            Ese día me pareció divertidísimo lo que vi, pero como teníamos mucha prisa, no nos detuvimos a ver mucho rato, vimos un momento, nos carcajeamos de lo folklórico del asunto y nos tuvimos que ir porque si llegábamos tarde, y perdían el último autobús a Jerusalén, las alternativas eran carísimas e impensables.

            El jueves llegué al desierto con turistas y el Beduino Volador me dijo que el viernes en la mañana teníamos carrera, por si quería ir a ver. Claro que quería. Le dije a mi gente que si se les antojaba e hicieron cara de “Me parece perfecto”, pero cuando nos despedimos no lo mencionaron otra vez, creo que la hora les pareció del terror.
Yo si me desperté temprano, dormí en casa de Abu Yousef. Me quedé dormida seca, vestida, en su sala y no me moví en toda la noche, estaba un poco cansada, insolada.  Cuando me levanté, toda mugrosa y polvosa del día anterior, me bañé de volada, con agua helada y no había traído toalla pues no pensaba dormir ahí o sea que me sequé como perro a sacudidas y me vestí y fui a hostigar a Alarís para que me llevara a ver las carreras. El pobre me decía, “¿De verdad quieres ir, habibti?” Le dije que si, de verdad verdadera.  Y pues ahí vamos.  Llegamos y había una polvareda tremenda. Toda la población de camellos de Wadi Rum estaba ahí y todos los beduinos hombres también.  Estaban haciendo varios heats de carreras, de muchos camellos cada vez, y la polvareda que se levantaba con cada carrera era tremenda.  Todo era surreal y divertidísimo. El sol saliendo detrás de las montañas, miles de camellos unos pintados con spray, otros marcados, otros con números. Cada uno con una manta de un color distintivo y con un número sobre la joroba. Les ponen además sobre la joroba, fija con un amarradijo una maquinita que da vueltas a un cacho de manguera para que el pobre camello piense que le van a dar de fuetazos y corra como el viento. No le pegan, nadamás lo amedrentan.


Ponen como en los hipódromos y galgódromos unas casetas de salida que son móviles, acomodan a los contrincantes y aaaaarrrrancaaaaan! Salen los camellos disparados y salen una cantidad absurda de pick-ups, retacadas de beduinos gritando enloquecidos detrás de ellos, por fuera del óvalo. Les gritan, les echan porras, hacen este ruido de emoción que hacen los árabes: lilililililili- y dan vuelta a toda la pista. Lo más divertido es que de un lado hay como un arco de concreto con un poli que marca la entrada al camellódromo y para pasar por ahí, los coches se desvían, se dan vuelta, derrapando. Lo sorprendente es que no chocan.

            Pasando el arco hay una colina con una construcción chiquita, perteneciente a la dichosa Asociación de Carreras de Camellos, para que los personajes importantes y los jueces supervisen la carrera. Tipo el palco real en Ascot, versión beduina. Debajo, unos corrales grandes donde esperan los camellos que no han corrido, y descansan los que ya lo hicieron. Cientos de camellos, unos jadeantes y llenos de espuma y otros esperando turno. A unos los masajean y les amarran sus maquinitas, a otros los apapachan por haberlo hecho bien y a otros los ven como: mañana a la cazuela por inútil.  Hay alrededor miles de beduinos con niños, solos, unos que vinieron a traer a sus camellos, otros a ver, otros que de plano ya se sentaron a calentar té en mitad del desmóder. Es una cosa completamente surreal.


La vez pasada no tuve tiempo de ver tan a fondo, pero tampoco noté tanto borlote. Me bajé del coche a tomar fotos. Alarís me decía que mejor no, que entre cientos de beduinos y donde no había ninguna mujer y menos occidental y descubierta aquello iba a parar en algo no tan bueno, alguien se iba a querer hacer el chistoso y a él no le iba a hacer gracia. Peeero Alaríiiiiiis! Cuando voy a poder tomar fotos de algo así de cerca? Puso cara de camello el también y allá voy. Claro que nomás acercarme al corral vinieron varios muchachones acomedidos a quererme hablar en inglés y meterse en lo que no les importa. Los mandé a ver si ya puso la puerca en árabe y listo. Tomé mis fotos y luego el Beduino Volador me explicó que la cosa se había puesto tan intensa porque la final “final” es en dos semanas. Se supone que el Islam prohíbe la apuesta, pero por supuesto que si hay algo de apostadera y los camellos ganadores además se subastan y los Emiratíes los compran carísimos . Esta gente, pobre de solemnidad, sueña con vender algún día un camello Ferrari a algún ricacho de Dubai y por eso la cosa se pone emocionante. A ver si tengo chance de ver la final y la subasta, y ya les contaré en qué paró la cosa.  

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HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...