sábado, 8 de diciembre de 2018

EXTRAÑEZ




            Venir a México. Qué ilusión. Extraño mucho a mi gente, mis sabores, mis costumbres. También representa un esfuerzo grande, pues es poner en pausa mil cosas, invertir mucho tiempo y mucho dinero en cada visita y no queriendo la cosa, salgo de mi paz, de mi oasis de tranquilidad que encontré en medio del desierto, y me toca ver muchas cosas que no veo o elijo no ver desde el otro lado del mundo.
            Al tomar distancia, vengo y veo cosas que antes no veía, buenas y malas. Veo a señoras quejándose en el súper de la calidad de la fruta y verdura y me da risa, si supieran que están en la grande. En México hay de todo y todo bueno, todo el año. Hombre a veces mejor, pero siempre hay. Cuando vienes de donde de verdad no hay muchas cosas salvo en temporada y la variedad es mucho más escasa, te dan ganas de decirles que no se quejen, que aprovechen.
            Temprano en camino a un trámite burocrático que por enésima vez no se pudo hacer, vi el Ángel de la Independencia entre nubes y sol y me quedé asombrada. Se lo dije al conductor del Uber y me miró extrañado, como si estuviera loca de encontrar tan bonito algo “normal”. Parecía una postal.
            Las bromas con los polis antes de que abrieran, Arcos de Belén, hasta unas pastillas para la tos le di al hombre. El regreso en el metro a la hora pico, atiborrado de gente. Me caí en la calle porque no me fijé en el piso mojado después de la típica lavada con Fab de la banqueta en una mancha de aceite, y ahora traigo las rodillas como niño de 3ero B.
            Las visitas con espacios te hacen tomar conciencia de cambios que si son graduales y cercanos no ves: veo a mis papás hacerse grandes entre una visita y otra, veo a mi México violento, perdido y me duele muchísimo.
            Me fascinan los contrastes de mi México. Fui a Reforma a marchar en protesta contra la toma de decisiones arbitrarias del nuevo presidente. Me emocioné hasta las lágrimas al gritar México! México! Me duele tanto ver a mi país atropellado y dividido por los malos gobiernos, por las malas decisiones, por el poco compromiso que tenemos como mexicanos.
            Yo no sé en que momento me volví tan patriota. En mi casa no es que sean malos mexicanos, sino que nadie es muy clavado. Mis abuelos eran españoles, todos muy chambeadores y todos querían mucho a México, pero nadie es así como niño héroe, de envolverse en la bandera y dejar la vida en el intento. Fui a un colegio en donde había escolta y se cantaba el himno, se estudiaba historia, pero tampoco nada del otro jueves.
            Mi México se me metió en el alma como la humedad en las piedras. Se me metió en el corazón con su gente, con su música, con sus paisajes hermosísimos, de playas, volcanes y selvas, de montañas enormes, de cañones y valles.  En los sabores de los mercados, de las salsas, los sopes, las aguas de sabor, las frutas y verduras, los helados y los dulces. En los libros, las fachadas, los caminos y las canciones. En los contrastes tan marcados que todos caben en el mismo territorio y en el mismo corazón mexicano. En la fe guadalupana y en lo dicharachero de la gente.
            Mientras caminaba entre fifís, chairos y sobre todo mexicanos, preocupados por exigir un cambio positivo al gobierno entrante me acordé de un día por estas fechas en que fui a Tepito con unas primas y una tía a buscar unas tarjetas de personajes que quería un sobrino para Navidad y que no encontrábamos por ningún sitio. Fuimos. Las calles estaban a reventar de gente vendiendo y comprando todo tipo de fayuca, juguetes, regalos, corrían gentes vendiendo pizzas en bolsas térmicas, cocteles de mariscos en vitrinas portátiles, tlacoyos y tlayudas. De pronto algo pasó que se empezó a juntar más y más gente, ya no cabíamos en la calle, porque un pesero quiso meterse por las calles que estaban ocupadas por el “tianguis”. Mi prima se empezó a angustiar porque la gente la estrujaba y la llevaba con ella. Gritaba, Negrita, me llevan, mis pies no tocan el suelo, ayúdame. A mí no se me ocurrió mejor cosa que gritar fuertote “Ahí va el diablo”, como lo hacen los diableros en la merced y la central de abasto, cuando van cargados de mercancías y no ven por donde van. La gente rápidamente se abrió para dar paso al diablo inexistente y la Güerita pudo escabullirse. Me dijo que estoy loca como cabra y que como disfruto esas cosas y que como se me ocurren esas cosas.  Yo dije que la necesidad, fue lo único que se me vino a la mente para “salvarla” y funcionó y la ida a Tepito no fue idea mía, pero yo me apunto a todo. Total, a la vuelta de la esquina hasta estaban montando una feria.  Parecía aquello una película de Fellini, completamente surrealista.
            El mismo día llevé a mis niños a una fiesta en un jardín en un club de golf de lo más elegante y espectacular del otro lado de la ciudad. Para entrar había que ir en unos carritos de golf, entrar por un puente rodeado de plantas, como un túnel del tiempo y todo era perfecto.  Como es posible que en la misma ciudad y en el mismo día hay unos contrastes así.
Así es México y tanto unos como otros son mexicanos con los mismos intereses y las mismas necesidades de paz, de sacar a sus familias adelante, de vivir felices, de tener educación y salud.
            Amigas queridísimas, el encuentro con unos conocidos que me dieron recuerdos y cariño de hace años, amigos nuevos, trabajo. Todo cabe en un día en mi México, y dentro de todo, la falta enorme, el vacío del que no está.

            Aún rodeada de gente y sumamente ocupada, hay un hueco permanente. Y cuando estoy allá, el hueco tiene otra forma.  Las voces son otras, pero el alma sigue dividida. 
            “Vete. Disfruta. Llénate de tu México, goza a tus hijos. Sécate las lágrimas de ausencia y llénate las ganas de cariño. Cómete los mangos y el mamey, llénate los ojos de verde y los oídos de música. No te preocupes por nada, yo aquí me encargo.”
Nunca, un reproche por la ausencia prolongada, por el exceso de trabajo, por los pendientes. Siempre incondicional, un apoyo, un timón, un refugio de paz, un maestro de vida.
Me siento como un niño que se quedó huérfano, me dijo un día. Como que no se ni que me duele ni para donde voltear. Yo me quise regresar en ese instante.
Disfruta, falta mucho, haz lo que tengas que hacer, pero me haces muchísima falta.
A mí también me hace muchísima falta. Me falta todo el tiempo, si bien lo sé conmigo siempre, aunque lo sé mío. El día que pidió mi permiso para quererme me dijo que si lo dejaba iba a ser mío para siempre. Por qué habré tenido tanta suerte.
Lo veo en todos sitios, pues está en mi pensamiento, lo que disfrutaría, lo que diría, lo mucho que necesito sus canciones y su risa fácil, su mano fuerte en la mía, sus pasos junto a los míos.
Otras voces no dicen cosas tan bonitas. Unas más no dicen, pero como si dijeran en voz muy alta, se entiende bien. Y todavía otras dicen muchas cosas pero el significado no está claro, la comunicación es rara, como si se hablara a través de una materia que no conduce bien los sonidos o si se hablara en distintos idiomas. Puros malentendidos y puras heridas viejas.
Por otro lado siempre hay incondicionales y sorpresas inesperadas y eso es lo que sigue haciendo que valga la pena todo lo demás, todo el esfuerzo y el sacrificio de la ausencia y eso, junto con la paz y cordura que me da él, es lo que me hace no darme la media vuelta e irme volada de regreso a donde se que me esperan con los brazos abiertos.
Sé bien que si solo tomara en cuenta lo que el quisiera, no estaría yo aquí, pero el quiere que yo esté bien y con su manera tan generosa de querer me hace no perder la fe en que en algún momento todo va a estar bien.



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HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...