Venir a México.
Qué ilusión. Extraño mucho a mi gente, mis sabores, mis costumbres. También
representa un esfuerzo grande, pues es poner en pausa mil cosas, invertir mucho
tiempo y mucho dinero en cada visita y no queriendo la cosa, salgo de mi paz,
de mi oasis de tranquilidad que encontré en medio del desierto, y me toca ver
muchas cosas que no veo o elijo no ver desde el otro lado del mundo.
Al tomar
distancia, vengo y veo cosas que antes no veía, buenas y malas. Veo a señoras
quejándose en el súper de la calidad de la fruta y verdura y me da risa, si
supieran que están en la grande. En México hay de todo y todo bueno, todo el
año. Hombre a veces mejor, pero siempre hay. Cuando vienes de donde de verdad
no hay muchas cosas salvo en temporada y la variedad es mucho más escasa, te
dan ganas de decirles que no se quejen, que aprovechen.
Temprano en
camino a un trámite burocrático que por enésima vez no se pudo hacer, vi el
Ángel de la Independencia entre nubes y sol y me quedé asombrada. Se lo dije al
conductor del Uber y me miró extrañado, como si estuviera loca de encontrar tan
bonito algo “normal”. Parecía una postal.
Las bromas con
los polis antes de que abrieran, Arcos de Belén, hasta unas pastillas para la
tos le di al hombre. El regreso en el metro a la hora pico, atiborrado de
gente. Me caí en la calle porque no me fijé en el piso mojado después de la
típica lavada con Fab de la banqueta en una mancha de aceite, y ahora traigo
las rodillas como niño de 3ero B.
Las visitas con
espacios te hacen tomar conciencia de cambios que si son graduales y cercanos
no ves: veo a mis papás hacerse grandes entre una visita y otra, veo a mi
México violento, perdido y me duele muchísimo.
Me fascinan los
contrastes de mi México. Fui a Reforma a marchar en protesta contra la toma de
decisiones arbitrarias del nuevo presidente. Me emocioné hasta las lágrimas al
gritar México! México! Me duele tanto ver a mi país atropellado y dividido por
los malos gobiernos, por las malas decisiones, por el poco compromiso que tenemos
como mexicanos.
Yo no sé en que
momento me volví tan patriota. En mi casa no es que sean malos mexicanos, sino
que nadie es muy clavado. Mis abuelos eran españoles, todos muy chambeadores y
todos querían mucho a México, pero nadie es así como niño héroe, de envolverse
en la bandera y dejar la vida en el intento. Fui a un colegio en donde había
escolta y se cantaba el himno, se estudiaba historia, pero tampoco nada del
otro jueves.
Mi México se me
metió en el alma como la humedad en las piedras. Se me metió en el corazón con
su gente, con su música, con sus paisajes hermosísimos, de playas, volcanes y
selvas, de montañas enormes, de cañones y valles. En los sabores de los mercados, de las
salsas, los sopes, las aguas de sabor, las frutas y verduras, los helados y los
dulces. En los libros, las fachadas, los caminos y las canciones. En los
contrastes tan marcados que todos caben en el mismo territorio y en el mismo
corazón mexicano. En la fe guadalupana y en lo dicharachero de la gente.
Mientras caminaba
entre fifís, chairos y sobre todo mexicanos, preocupados por exigir un cambio
positivo al gobierno entrante me acordé de un día por estas fechas en que fui a
Tepito con unas primas y una tía a buscar unas tarjetas de personajes que
quería un sobrino para Navidad y que no encontrábamos por ningún sitio. Fuimos.
Las calles estaban a reventar de gente vendiendo y comprando todo tipo de
fayuca, juguetes, regalos, corrían gentes vendiendo pizzas en bolsas térmicas,
cocteles de mariscos en vitrinas portátiles, tlacoyos y tlayudas. De pronto
algo pasó que se empezó a juntar más y más gente, ya no cabíamos en la calle,
porque un pesero quiso meterse por las calles que estaban ocupadas por el
“tianguis”. Mi prima se empezó a angustiar porque la gente la estrujaba y la
llevaba con ella. Gritaba, Negrita, me llevan, mis pies no tocan el suelo,
ayúdame. A mí no se me ocurrió mejor cosa que gritar fuertote “Ahí va el
diablo”, como lo hacen los diableros en la merced y la central de abasto,
cuando van cargados de mercancías y no ven por donde van. La gente rápidamente
se abrió para dar paso al diablo inexistente y la Güerita pudo escabullirse. Me
dijo que estoy loca como cabra y que como disfruto esas cosas y que como se me
ocurren esas cosas. Yo dije que la
necesidad, fue lo único que se me vino a la mente para “salvarla” y funcionó y
la ida a Tepito no fue idea mía, pero yo me apunto a todo. Total, a la vuelta
de la esquina hasta estaban montando una feria.
Parecía aquello una película de Fellini, completamente surrealista.
El mismo día
llevé a mis niños a una fiesta en un jardín en un club de golf de lo más
elegante y espectacular del otro lado de la ciudad. Para entrar había que ir en
unos carritos de golf, entrar por un puente rodeado de plantas, como un túnel
del tiempo y todo era perfecto. Como es
posible que en la misma ciudad y en el mismo día hay unos contrastes así.
Así es México y tanto unos como otros
son mexicanos con los mismos intereses y las mismas necesidades de paz, de
sacar a sus familias adelante, de vivir felices, de tener educación y salud.
Amigas
queridísimas, el encuentro con unos conocidos que me dieron recuerdos y cariño
de hace años, amigos nuevos, trabajo. Todo cabe en un día en mi México, y
dentro de todo, la falta enorme, el vacío del que no está.
Aún rodeada de
gente y sumamente ocupada, hay un hueco permanente. Y cuando estoy allá, el
hueco tiene otra forma. Las voces son
otras, pero el alma sigue dividida.
“Vete. Disfruta.
Llénate de tu México, goza a tus hijos. Sécate las lágrimas de ausencia y
llénate las ganas de cariño. Cómete los mangos y el mamey, llénate los ojos de
verde y los oídos de música. No te preocupes por nada, yo aquí me encargo.”
Nunca, un reproche por la ausencia
prolongada, por el exceso de trabajo, por los pendientes. Siempre
incondicional, un apoyo, un timón, un refugio de paz, un maestro de vida.
Me siento como un niño que se quedó
huérfano, me dijo un día. Como que no se ni que me duele ni para donde voltear.
Yo me quise regresar en ese instante.
Disfruta, falta mucho, haz lo que tengas
que hacer, pero me haces muchísima falta.
A mí también me hace muchísima falta. Me
falta todo el tiempo, si bien lo sé conmigo siempre, aunque lo sé mío. El día
que pidió mi permiso para quererme me dijo que si lo dejaba iba a ser mío para
siempre. Por qué habré tenido tanta suerte.
Lo veo en todos sitios, pues está en mi
pensamiento, lo que disfrutaría, lo que diría, lo mucho que necesito sus
canciones y su risa fácil, su mano fuerte en la mía, sus pasos junto a los
míos.
Otras voces no dicen cosas tan bonitas. Unas
más no dicen, pero como si dijeran en voz muy alta, se entiende bien. Y todavía
otras dicen muchas cosas pero el significado no está claro, la comunicación es
rara, como si se hablara a través de una materia que no conduce bien los sonidos
o si se hablara en distintos idiomas. Puros malentendidos y puras heridas
viejas.
Por otro lado siempre hay
incondicionales y sorpresas inesperadas y eso es lo que sigue haciendo que
valga la pena todo lo demás, todo el esfuerzo y el sacrificio de la ausencia y
eso, junto con la paz y cordura que me da él, es lo que me hace no darme la
media vuelta e irme volada de regreso a donde se que me esperan con los brazos
abiertos.
Sé bien que si solo tomara en cuenta lo
que el quisiera, no estaría yo aquí, pero el quiere que yo esté bien y con su
manera tan generosa de querer me hace no perder la fe en que en algún momento
todo va a estar bien.
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