lunes, 6 de agosto de 2018

MADRE DE MATRACA




MADRE DE MATRACA

            En México se oye mucho la expresión de “hijos de la matraca”, pero no la de madre de matraca.  Hijo de la matraca se refiere a una mala persona y yo al hablar de madres de matraca me refiero a las madres porristas de los hijos aficionados al deporte. Como siempre, este escrito no es una cuestión derivada de una profunda investigación científica e histórica llena de datos precisos y estadísticas certeras, sino un montón de anécdotas e impresiones personales, que me ha tocado ser madre de matraca y convivir con muchas otras.

            Cuando los retoños te salen aficionados al deporte y quieres darles aire y que crezcan en su gusto, no te queda más remedio que armarte con una matraca, con un Guía Roji hace años y con los benditos Google Maps y Waze más recientemente, y resignarte a que tus aspiraciones de vida se verán severamente modificadas por cumplir con el deporte de tus hijos, en lo que lo pueden hacer ellos solos. Lo que empieza como algo de obligación y algo de gusto por verlos hacer sus pininos, se va intensificando conforme va creciendo la afición, el talento y la intensidad de los deportistas. Cada vez es más un gusto verlos jugar, porque juegan más. Al principio, cuando son chiquitos y empiezan a “practicar” cualquier deporte, es divertidísimo irlos a ver y dan muchísima ternura, pero tanto así como jugar, no juegan gran cosa. Es padrísimo ver como la portera del equipo se dedica a buscar tréboles, mientras dos delanteras platican de quién sabe qué, hay una niña perdida dedicada a jalarle un hilito a sus shorts durante la mitad del partido (de seguro esos shorts ya no van a tener resorte para el final del juego) y todo el resto de los dos equipos corren detrás del balón en pelotón, pero si le va directamente a una, se quita porque le da susto.  Ahora,  cuando tienen cuatro o cinco años, estos eventos son bastante esporádicos. Conforme van creciendo, si siguen en la afición, cada vez el juego va haciéndose más serio, y los juegos y los entrenamientos cada vez más frecuentes de manera que para cuando volteas a ver, tienes todas tus tardes ocupadas en llevar a uno u a otro a un entrenamiento o a un partido o a una clase o a varias el mismo día y tus fines de semana se parecen a la programación de Eurosport.

            Yo tuve la suerte de tener dos hijos muy deportistas. Mi hija desde el kínder me salió futbolera de hueso colorado y además jugaba también básquet bol. Entonces íbamos de un entrenamiento a otro, de un partido a otro, jugaba para varios equipos a la vez, se inscribía a todos los torneos. Además, esto no le fue suficiente, tomó clases de equitación, de patinaje en hielo, algo de atletismo hizo, jugó soft ball y volley ball en el colegio y no entró a las artes marciales porque de plano ahí si me puse estricta por proteger la integridad física de su hermano, pero si jugó tennis y paddel. No me daba la vida para llevarla de un lado a otro, hubo años que dos veces por semana comíamos en el coche un sándwich apurado para llegar a un entrenamiento lejos pero que era casi saliendo del colegio y de allí ir a sus demás actividades.  Por supuesto también había partidos, torneos y demás.  Ahí iba su charra de porrista, de chofer, de aguador, de enfermera, de guarura y de lo que hiciera falta.  Me tocó también ser un poco “manager” cuando le ofrecieron ir a visorías para la  Selección Nacional y la llevé, y ser también algo de abogado del diablo, porque mi niña siempre fue demasiado buena y las compañeras le veían un poco la cara, le decían, “déjame tu lugar un rato, que a mi no me han visto” y ese tipo de cosas y me tocó decirle que ni hablar, que había veces en la vida, que tienes que defender y pelear tu lugar, que el ser amiga y ser linda, no implica ser taruga.

A mi niño también lo llevé a montar, al hockey, muchos años al futbol, a partidos a donde Tarzán perdió el cuchillo, a torneos y entrenamientos en fechas horribles y horarios imposibles. Cuando era chico le dio por el Tae Kwon Do, y pues ahí vamos en las tardes, ni hablar, hasta que fuimos a un torneo en el Gimnasio Juan de la Barrera en el que al entrar vi  unas peleas tan violentas que pensé que lo iban a matar y lo peor es que yo lo había traído. Nadamás cruzar la puerta vi como una niña le rompió la nariz a otra, y luego vi como le pusieron un ojo morado al gallito de la escuela de mi hijo. ¡Que susto! Afortunadamente su pelea estuvo bien, ganó y no hubo demasiada violencia y al final me dijo que creía que ya había acabado con las artes marciales. Yo que soy un poco TOC (mucho), en parte lamenté el que no terminara  con la cinta negra, ya que le faltaba poquísimo, pero en parte sentí un alivio tremendo de no tener que volver a tener la angustia de que me lo fueran a magullar.
            Esa es otra de ser mamá de deportistas. Te preocupas muchísimo, de si ganan, de si pierden, de que no se lastimen, de que no te los traumen, de que no dejen de cumplir con el colegio, de que no pierdan el piso. Me acuerdo una vez en un torneo que le dieron a mi hijo un golpazo en la cancha y vi que no se levantaba. Corrí desde la grada y me metí a la cancha, era chiquito. Vino un guardia, de esos con muchísimo criterio y me dijo “Señoraesdequenopuedeustedpisarlacanchaunicamentelosjugadoresyalbitros” (sic). Le dije que me importaba muchísimas madres su reglamento, que iba yo a ver si mi hijo estaba consciente y que luego veíamos lo que el quisiera. Gracias a Dios no pasó a mayores, pero que susto. Otra es cuando los niños tenían que tirar el penal decisivo, cuando no pararlo, que angustia, y luego que emoción. Que padre festejarlos y que tristeza cuando perdían después de un esfuerzo tremendo. Hubo un torneo que la final la jugaron con granizo y la cancha inundada, después de no se cuántos partidos el mismo día a pleno sol. Una cosa heroica, pero ahí estábamos con la matraca bajo el paraguas las mamás y algunos papás.

            Había muchas mamás porristas, pero que tenían a sus hijos amagados. Hubo una vez que vino un equipo de una colonia popular a jugar contra el equipo de mi hijo. Íbamos ganando y a medio partido se oyó desde la grada un gritote “ Franciiiiiiisco!!!! Para eso vine, huevón?” Ay! Pobrecito Francisco. Encima de la derrota le iba a tocar que le dieran de sopapos todo el camino de regreso. Otras mamás soñaban con que sus hijos se colgaran medallas o hicieran carrera profesional. En Estados Unidos las “soccer moms” se dedican en cuerpo y alma al deporte de los hijos pues lo ven como su boleto a una buena educación en una buena universidad. 
            La mayoría de las mamás, papás, abuelos y demás parentela dedicada que me ha tocado conocer tienen su estilo de apoyar y demostrar cariño a sus niños, pero no siempre es la manera que los demás consideran ya no digamos la mejor, en algunos casos, hay quién no considera ciertas formas de expresarse permisibles y hay veces que de plano se pasan por donde lo quieras ver.  Hay una señora famosa por el volumen y la cantidad de majaderías que decía a los contrarios, y al árbitro….. tambiéeen, hasta que le pidieron que se callara o se retirara o le iban a marcar foul técnico al equipo de sus hijos.  Me tocaron varios papelazos de papás o mamás peleándose en las gradas o en las canchas, un señor que casi se suena a un árbitro, papás que se ponen locos con sus propios hijos en el apasionamiento del momento… y al parecer es muy común. Hay muchos clubes en México con letreros para los papás del tipo de: déjame jugar en paz. Me tocaron partidos en los que entre el público pasaban cajas con cervezas y los papás ya andaban bastante briagos y muy pesados. Cero el ambiente familiar y deportivo que esperarías un sábado en la mañana en un partido de niños. 
            Hubo anécdotas divertidísimas. Mis hijos entrenaban con un equipo buenísimo, el Westham en el Ocotal. Había un entrenador de porteros que era entrenador de una Selección menor de Estados Unidos, un buenazo en su trabajo, pero un orate certificable, que decía con acento de cura legionario una cantidad de majaderías impresionantes. Insultaba sin cesar a los porteros  y soltaba exclamaciones que harían sonrojarse a un albañil de Alvarado, Veracruz, y a mi me daba una risa bárbara de ver a  la mamá de uno de ellos, que era una señora muy linda, pero de esas como de la Hermandad de la Vela Perpetua y la pobrecita intentaba no atragantarse cada que le mentaban la madre al frutito de su vientre delante de ella. Ya que a la criatura le encantaba el futbol, ella encajaba las mentadas con estoicismo y ni hablar.
            Te toca ser un poco nutrióloga, un poco cocinera, un poco secretaria, que si los papeles, las actas, las fotos, las proteínas, los suplementos, los análisis, las pruebas, las terapias. Te toca investigar como ir y a donde para la clase extra, la terapia, el campamento, la escuela para que puedan seguir en lo que les gusta pero sin mandar al traste lo que a ti te interesa respecto a su educación.  Te toca insistir para que no dejen a las amigas o amigos, para que no dejen la escuela, para que vayan a las cosas familiares cuando en lo único que piensan es en deporte.
            En el futbol y supongo que en otros deportes de equipo, cuando juegan a nivel un poco más serio, la relación entre las mamás de matraca es algo delicada. Por un lado somos todas compañeras y mamás de compañeras, somos del mismo equipo y nos apoyamos  entre todas, pero a la hora de los guamazos eres mamá del tuyo y entonces tienes una relación bipolar con la mamá del cuate que juega la misma posición que tu hijo, por ejemplo. Si ,es muy linda, el hijo puede ser encantador y muy talentoso, pero tu quieres que el que juegue sea el tuyo y no que se aviente toda la semana con tromposis por haber jugado de banca central. Es una relación complicada.
            Haces relación con gente que jamás se te hubiera ocurrido, yo por ejemplo acabé de compañera de cuarto y de viaje de una señora de Guadalajara, mamá de una compañera de mi hija, ni siquiera muy amiga suya, por azares de la vida. Nos divertimos como enanas y lo pasamos muy bien, pero son cosas que solo pasan por ser mamás del equipo, en cualquier otra circunstancia ella y yo, nunca hubiéramos coincidido.

            Después de ser un trabajo casi de tiempo completo, de pronto los hijos se hacen grandes y o bien dejan el interés o dejan de querer que la mamá vaya a verlos , ya no está cool que vayas a ver a los veinteañeros jugar, si acaso van las amigas o las novias. Ahora mi hija no quiere que la vea jugar. No fui al mundial en Francia, si bien hice circo y maroma para poder ver los partidos desde donde estoy y no me los pierdo. Me suscribí a la tele de paga con el paquete más deportivo para asegurar que lo iban a pasar y cuando se llegó la fecha, resulta que por ser un mundial menor, no se veía claro si iba a haber transmisión. Al final conseguí un tipo ROKU con señal de canales de todo el mundo en donde he podido ver todos los partidos en distintos canales, cada partido en el canal del país que lo juega y le echo porras a la chamaca por whatsapp y Facebook. El medio cambia pero el sentimiento es el mismo. Sigo con mi peluca y mi matraca y con todo el corazón gritando ¡Vamos México!  y rezando por mis hijos a todo el santoral.



Salam!

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HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...