El futbol es una
actividad que apasiona, interesa y entretiene a una proporción altísima de la
población mundial. En cualquier
continente puedes ver niños o jóvenes echando “la cáscara” en cualquier tipo de
superficie, sea calle, parque o espacio cerrado si no hay una cancha como tal y
tampoco un balón es indispensable, cualquier objeto remotamente similar
sirve. Como espectáculo, el futbol tiene
millones de seguidores a todos los niveles, desde las ligas llaneras e
infantiles donde las sacrificadas novias y mamás de los jugadores no se pierden
un partido y viven pendientes de la matraca, hasta la Champions League y las
Copas del Mundo que generan millones en derechos de televisión y derechos
publicitarios por la cantidad de espectadores que las siguen. Los fanáticos de
corazón se ponen malos viendo a su equipo, tienen pleitos importantes con
familia, amigos y compañeros de trabajo por diferencias en favoritismos.
Resulta que a mi en lo
personal, el futbol me daba absolutamente lo mismo y si me apuras, me daba más
bien flojera. Me gustaba de puberta ir al estadio por ver a la gente, el
colorido, la naquez gozosa de la afición futbolera, pero el resultado de los
partidos, a menos que jugara México, me tenía sin ningún pendiente. Normalmente
le iba al equipo contrario al que le fuera la demás gente, nomás por dar lata,
por ponerle interés al asunto. Pues como dice el dicho: lo que no pudieres ver,
en casa lo has de tener. Así, en mi familia hay futbol por todos lados y al
final, también acabé siendo muy futbolera. La vida me hizo, por cansancio.
Alfredo nació a
principios del siglo XX. No se hizo futbolista, nació siéndolo. Siempre andaba
jugando con una bola de ropa, con cualquier cosa redonda que pudiera encontrar.
Tenía muchos hermanos, o sea que no le faltaba con quién jugar. De muy niño, se
cayó de una barda, fracturándose un tobillo, que le soldó mal. El doctor que lo
vio propuso como solución amputárselo. ¿Qué listo no? Ya el día que lo iban a llevar a cortarle el
pié, se comió a escondidas unos frijoles y eso le salvó la pata porque cuando
lo anestesiaron le dio una vomitona tremenda y no pudieron proceder. Su papá
dijo que siempre no, que lo iban a pensar y gracias a eso, salvó el pié, aunque
el doctor dijo que no iba a caminar nunca. El nunca se dejó amilanar, hizo
ejercicios y poco a poco fue pudiendo caminar, luego correr y brincar. De
joven, los invitaron a el y a un hermano a jugar en un equipo profesional de
futbol. Los equipos de los años veintes no tenían nada que ver con los de
ahora. Los jugadores entrenaban en el parque en la mañana temprano, en ropa de
vestir y luego se iban a sus trabajos “de verdad”, porque el ser futbolista no
daba para comer. Terminando el entrenamiento se comían unos plátanos y un litro
de leche y listo. Consiguieron que un tendero paisano de ellos que les
patrocinara unos zapatos de futbol, pero esos los usaban para los partidos,
eran muy preciados. Alfredo era el portero y un comentarista dijo que si
tuviera un palmo más de altura, hubiera sido el mejor portero del mundo. Su
carrera futbolística acabó cuando parando una tanda de penales cayó encima del
balón y se dio un mal golpe a causa del cual perdió un riñón. Toda la vida
siguió siendo muy apasionado del futbol. Cuando jugaba su equipo favorito a
veces tenía que apagar la tele, pues decía que le iba a dar algo. Don Alfredo
era mi abuelo.
Uno de sus nietos
también es futbolista profesional. Se ha pasado la vida en entrenamientos y
concentraciones. Es un buenazo, ha jugado para la sub20 de México y para los
Pumas y el Zacatepec. Los demás nietos eran guerreros de fin de semana o
jugadores del colegio, incentivados por las naranjas del medio tiempo y el
pasarlo bien con los amigos.
Mi hermana era la más
futbolera de mi casa. Le gustaba ver los partidos de repente y era la que más o
menos sabía de futbol. Por vueltas de la vida, acabó trabajando para un equipo
profesional de futbol, en capacidad de mamá postiza de los niños de fuerzas
básicas entre otras cosas, porque siempre que oigo todo lo que hace me parece
que hace la chamba como de veinte personas.
Mi novio, luego marido,
hoy exposo, es futbolerísimo. Es de esas gentes que planean la vida alrededor
de los calendarios deportivos, que si vienen caminando contigo y de pronto ya
no están, solo tienes que regresarte y ver donde hay una tele en un aparador
con un partido de lo que sea y ahí está el míster embobado. En cuánto supo que estábamos embarazados, se
fue volado a comprar una miniatura del balón del mundial de ese año y ya soñaba
con el futbolista que iba a ser su hijo. Cuando fuimos al ultrasonido y le
dijeron que era niña, le pedía al doctor que revisara bien, que si estaba
seguro, que como así….. Saliendo me dijo: “Lo bueno es que el balón el
chiquíto, porque me lo voy a tener que meter por…” Jesús del huerto! No digas
barbaridades!
Pues hete allí que la
niña salió futbolera de hueso colorado. Su primera palabra fue “tota”- pelota y
desde que tuvo manera de hacerse entender pedía salir a cualquier jardín y
jugar con cualquier pelota. A los cuatro años me pidió ser parte del equipo de
futbol del colegio. Yo la quise convencer de clases de baile, tenía una tía
bailarina. Me dijo que si me parecía bonito, yo fuera al ballet, ella quería ir
al fut, muchas gracias. Su hermano era
más tranquilo, más de jugar con animales de juguete, ver documentales, dibujar,
pero ella lo trajo mártir hasta que le pescó el gusto al futbol. A ver, yo me
pongo y tu tiras, ahora tu paras y yo tiro, ándale vamos. Así pues comenzó mi
carrera como madre portadora de matraca. Yo que había pasado años resistiéndome
a conocer que diablos es un fuera de lugar, no me quedó más remedio que
aprenderme todos los entresijos del jueguecito porque cuando es tu retoño el
que se está rifando el físico en la cancha, claro que te interesa. Mis dos
hijos fueron de futbol toda la vida. Ella, tanto que jugaba en varios equipos a
la vez, se inscribía a todos los torneos y cuando íbamos a alguna parte siempre
llevaba unos tacos aparte y unos shorts bajo el vestido. Al día de hoy, va a
cualquier lado con un balón desinflado y una bomba para inflarlo en una
mochila.
Una vez estábamos en la
playa y estaban jugando “dominadas” mis hijos y un sobrino en la arena. Pasaron
cuatro “malotes” pubertos que también traían un balón y mis hijos les dijeron
que porqué no echaban una cáscara. Los oí decir, “Aaaay, güeeeeyy, que oso, con
una niña y un bebé? Ok, si quieren les pasamos uno”. Mis hijos les dijeron que
no, que así estaba bien y un primo y yo nomás jalamos sillas, calladitos, para
ver. Les pusieron una arrastrada de cállate la boca. El bebé paró como los
grandes y mis hijos hicieron lo que quisieron con los malosos. Sus mamás
estaban en el club de playa al lado, de plano bajaron y les dijeron que dejaran
de hacer el tonto y se fueran a su casa.
Ella fue a todas las
escuelas de futbol, a todos los torneos. Acabó jugando con un equipo de hombres
cuando ya no había niñas de su edad que tomaran el juego en serio. Desde los 14
años juega para la selección Mexicana por mérito propio, se rifó en visorías
contra más de 600 niñas para ir a las olimpiadas juveniles de China y se gana
su lugar para cada convocatoria, porque lo único seguro en esas cosas, es que
siempre puede llegar alguien más a ocupar tu lugar y apedrearte el rancho. Dejó
la prepa para jugar futbol, estudio fuera un año, terminó en sistema abierto,
todo para poder cumplir con el deporte.
Es indescriptible lo
que se siente el ver a tu hija portar el uniforme de México y cantando el Himno
Nacional. El gol que metió en un mundial, lo tuve que ver en la repetición
porque por tomar la foto me lo perdí y la repetición instantánea me la volví a
perder por estar llorando de emoción y pegando de brincos. Hoy juega para una universidad en Estados
Unidos y para la sub20 de México. Su sueño es ser profesional en Europa y no
dudo que lo logre, porque no quita el ojo de la meta ni el dedo del renglón. Es
una persona con muchísima disciplina y determinación y el futbol es lo que la
hace sentir plena y feliz.
No se si salió a su
papá, a mi abuelo o es algo muy suyo, pero el futbol le ha dado tanto y le ha
permitido enseñarme tantas cosas que definitivamente me volvió fanática.
Mi hijo también fue muy
futbolero. Soñaba también con ser profesional, pero se veía a leguas la
diferencia en actitud. Para el era un juego, normal. Si un día no entrenaba, no
era gravísimo. Si se iba de vacaciones, se iba de vacaciones. Ella entrenaba
diario, diario pensaba primero en futbol. Prefería entrenar que ir a cualquier
fiesta o cualquier otra cosa. Si iba de viaje, se levantaba a las 5 a.m. a
entrenar antes de lo que hubiera que hacer. Dejó de esquiar por cuidar sus
piernas… El fue a probar a un equipo profesional y no tuvo que esperar a que le
dijeran nada, a los dos días el solo dijo, yo no soy de aquí. Esta gente es
como mi hermana, no piensa en otra cosa y yo sí. De todos modos el futbol le
dio amigos, una adolecencia sana, fines de semana de deporte en vez de vicios,
aprendió a socializar con gente de todos los niveles sociales y para acabarla
lo pasó bomba y lo sigue haciendo. Ya en plan de hobbie, pero igualmente lo
disfruta mucho.
Todo valió la pena. Los
los fines de semana que me levanté a horas indecibles para ir a canchas en
lugares remotísimos y dificilísimos de encontrar porque los méndigos D.T.s de
los equipos contrarios gozan dando direcciones malas para ver si pierdes por
default y los sistemas satelitales no sirven de mucho, y han mejorado. Sabes
cuántas calles 16 de Septiembre hay en el Estado de México? Millones. Las
terapias para los ligamentos rotulianos inflamados, las pomadas apestosas, las
veces que pensé que las mamás de los Ultras de Coacalco nos iban a comer vivos
por un comentario horroroso de nuestro equipo y soñé con el bombo de los Pumas
Gonzo. Me llegué a ir en vivo a un torneo de futbol de todo el día después de
un reventón, pero es lo que tocaba. Ellos no tenían edad de hacerlo solos,
necesitaban ayuda para hacerse responsables y para cumplir sus sueños. Todo
valió la pena por verlos contentos, por saberlos felices y verlos sanos. Sé que
es una flojera. Que es mucho más fácil irte a Valle los fines de semana o
quedarte a dormir hasta tarde, que hay cosas que se te antojan mucho más que ir
a la gimnasia, a la natación, a los caballos, al baile o al futbol, pero si es
lo que les apasiona a tus hijos, no hay nada en lo que puedas invertir mejor tu
tiempo o tu dinero. No para ti, para ellos, para que puedan hacer algo que les
gusta, que les llena y que es un pasatiempo sano. Luego los papás se quejan de
que los hijos solo juegan en el celular o ven Netflix todo el día y no tienen
compromiso ni disciplina, pero también eso al principio es trabajo de los papás
un poco. No basta con dejarlos al entrenamiento del colegio y que te los traiga
el camión. Hay que llevarlos el sábado o el domingo a donde Jesús perdió el
gorro a jugar o a competir y para ellos es importante, por tanto para los papás
también.
Si Don Alfredo los
viera, sé que también estaría feliz y sería el primero en hacer sonar la
matraca.
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