viernes, 11 de marzo de 2022

Pajarito de siete colores

 


 

    Mucha gente tiene relaciones de compadrazgo profundo con su tinturista. Lo comprendo porque pintarse el pelo es una esclavitud y una señora monserga a la vez que un proceso sumamente delicado del que puedes salir pareciendo una diosa, una persona medianamente normal o Beetlejuice. 
No puedo creer que hay gente que se somete a este proceso por deporte o por gusto. Que a sus 20 añitos, con un pelo natural divino deciden hacerse rayos, mechas, luces, cambiar de color y por tanto esclavizarse a un ritual caro e intensivo en tiempo. El pintarse el pelo es un compromiso e implica el buscar el producto correcto y la persona correcta. 
Te tienes que buscar un tiempito para dedicarle a la estupidez de que tu cabeza no parezca una madeja de estambre de fantasía o una fibraesponja especial para cochambre y si como yo, se te pasan los días entre una cosa y otra, cuando vas a ver, ya tienes varios días de retraso en el asuntacho y lo menos que quieres es irte a pasar dos o tres horas en el salón viéndote crecer las uñas mientras te cocinan la cabeza envuelta en papel aluminio, si bien los resultados, con toda probabilidad, serán mucho mejores que si lo haces en casa. O no. En lo que encuentras a la persona correcta puede haber varios episodios fallidos. 
Hoy, que no me quedó más remedio que dedicarme a remediar el desastre de colores que traigo en la cabeza, y haciendo cuentas ya toca- ha  pasado ya un rato desde la última vez, me acordé de hace un par de meses que estaba en Jordania y decidí llevar a Ummi a Turquía. 
Las mujeres en Jordania se dividen en dos bandos muy marcados en cuanto al cuidado de su pelo. Hay quienes se hacen muchísimas cosas, aunque en la calle no enseñen el pelo. Yo sospecho que para ellas el salón es un escape. Una manera de irse de su casa durante muchas horas y dejar a la chamacada y sus obligaciones a cargo de alguien más porque las ondas, las luces y todo lo demás, al final va a estar bajo un hijab la mayor parte del tiempo y cuando el marido las ve, normalmente andan bastante despeinadas.  Las otras, lo toman con esta filosofía de: al cabo se ve poco, y se hacen lo mínimo indispensable. Mi parentela es más bien de esta vena. Hombre, mis cuñadas si se pintan el pelo, porque todas, aunque son chicas, heredaron la tendencia a la cana de su papá. Unas  se pintan de obscuro, otras de rojizo, pero todas se cuidan de traer el pelo bien. Ummi, no tiene ni el tiempo ni la inclinación, tiene otras preocupaciones y cuando sale, nunca enseña el pelo entonces para ella no es una prioridad. 
Cuando iba a viajar, en cambio, si decidió que ameritaba darse una shineadita, y su hija más chica se ofreció a hacer los honores. Estábamos en la sala cotorreando y le puso a su mamá una toalla en los hombros y procedió a ponerle la pintura de pelo. Se ofreció a pasarme a mi por las armas también. Estuve tentadísima porque también me hacía falta, pero me pareció complejo hacerlo ahí, con ropa, una logística extraña, por lo que di las gracias y dije que no, que al rato me iba a mi depa a hacer lo propio. Menos mal. Resulta que Ummi decidió comprar un tinte “natural” de henna o no se que historia. Cuando pasó el tiempo y le lavaron el pelo y se lo secaron, el resultado fue como del color de ciertos venados que son como de un tono verdoso. Yo no soy el mejor referente para los colores porque soy bastante daltónica, pero si me pareció que tenía un color un poco raro. Le hice ojos a Alarís, para que se fijara. No se si lo conoces, pero tiene ojos de chinche pedorra, no muy grandes. Bueno, pues cuando se fijó se le pusieron como de tecolote y le preguntó a la hermana que qué le había puesto a su señora madre. Yo por supuesto estaba a dos de atragantarme de la risa. 
Aquella pobre dijo que ella había seguido las instrucciones, que a saber que onda con la pintura esa, que a ver ahora que hacían porque era ya noche y no había donde ir a comprar otra cosa….. A ver gente, serenidad. Yo tengo allá arriba una cajita de marca normalita de pintura de pelo café, normal equis que puedo compartir e incluso donar a la causa porque creo que mis cuatro canas son menos graves que el pelaje verduzco de mi suegrita. 
Se serenaron los ánimos, fui por el pinturete y se puso remedio al desaguisado, con la oferta reiterada de “hacerme el favor” a la que con más ganas dije que no, muchas gracias. 
Me dejaron la mitad de la pintura ya mezclada y me fui de volada a hacer lo propio. Quedamos las dos bastante decentes y nos fuimos al viaje sin llamar la atención por nuestro pelo raro. 
Espero hoy igualmente salir airosa del lance porque mientras escribo traigo el pelo batido de químicos con la esperanza de quedar medianamente pasable sin necesidad de andar investigando algún sitio donde me hagan el trabajito por un dineral, previa cita y toda una historia.  Además del tiempo y el dinero invertido, en este país, tooodo es por cita y la gente necesita previo aviso de varios días para todo. Pareciera que están ocupadísimos cuando la verdad es que no: vivo en pueblo quieto. Pero quieres una cita en el banco, si bien te va te la dan en ocho días, en el doctor, igual (ya para qué, ya se te quitó el covid), en la peluquería, mejor haces una cita fija cada tres semanas porque si quieres hacerlo espontáneo acabas como yo, sentada en tu sillón con los dedos cruzados y pintura caserita. 
A ver que resulta. 
Salam



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HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...