La inactividad forzada debida al accidente que tuve me estaba
volviendo loca. Soy lo que se dice un “culo inquieto” y en general soy incapaz
de estarme en paz. Me encanta hacer ejercicio, salir a dar la vuelta, cocinar y
en general siempre estar haciendo algo. El golpazo que me acomodé al chocarme
un coche, yendo yo en bicicleta y sin casco, para acabarla de amolar, me
perjudicó el estilo de vida bastantito. Hombre, corrí con muchisísima suerte,
era para haberme matado o quedado estropeada para siempre o por lo menos
haberme roto varios huesos. Mi ángel de la guardia debe estar tomando unas bien
merecidas vacaciones en la Riviera Maya, porque se rifó como los grandes. La
cosa es que, durante la convalecencia, la conmoción cerebral no me dejaba leer
mucho, escribir mucho rato, todo me dolía muchísimo, o sea que solo bañarme era
un proyecto ambicioso y por tanto estuve como adorno del sillón como dos
semanas. No quise visitas tampoco, porque las visitas aquí son bastante
intensas, mi departamento microscópico y la verdad no me latía que vinieran mis
amigas con sus chamacos a instalarse toda la noche. Alaris fue encantador, un
enfermero de aplauso y me tuvo una paciencia infinita. Como a los diez días, me
empezó a sacar a dar la vuelta. Me podía poner solo unos zapatos, porque seguía
teniendo un pie muy lastimado, pero ya tenía mal de encierro. Me llevó a ver a
sus papás, a ver a mis amigas, al súper, que me pareció padrísimo, hasta al
cine a ver Coco. Se ve que aquí la gente no va mucho. No había nadie, hasta el pasillo
estaba obscuro, o sea que me tocó función privada. A los quince días decidí que
ya había estado bueno. Tuve que ir al juzgado nuevamente a declarar que no
quiero denunciar al hombre que me atropelló, para que no vaya a la cárcel. Ya
había ido al juzgado, al día siguiente del accidente y el día del accidente,
saliendo del hospital lo fui a sacar de la cárcel. A mi no me sirve de nada que
lo encarcelen. Creo que tanto el como yo, aprendimos lo que teníamos que
aprender. Nos hicieron esperar horas para que me revisara el doctor y la juez
me tomara declaración. El doctor del juzgado me dijo que mi árabe era bastante
malito, que me debería de poner las pilas. Me dio coraje. Ese tipo de detalles
mensos me hacen a veces cuestionarme qué estoy haciendo aquí. Decidí salir a
correr porque me entró la lloradera boba. Me puse unas curitas de esas para
ampollas terribles, que se derriten y se pegan a la piel, unos buenos
calcetines y salí decidida. Si, cómo no. Corrí media hora y me empezó a doler
la pata y le paré. Mi corrida me llevó a la mezquita y a la iglesia. No soy
religiosa, pero sentía la necesidad de
dar gracias por estar viva y de sentirme conectada con algo. Me sentí muy sola
durante mi encierro. Mis tías me llamaron por video todos los días, mis hijos
me escribieron, mis amigas también, pero igual, entre que me sentía mal, que me
faltaba moverme, que la Navidad, que la manga, en vez de estar feliz, me estaba
dando una depresión marca diablo. Me daba por llorar todo el día y el pobre de
Alaris ya no encontraba que hacer conmigo. Me dijo que rezara, a ver si así, es
lo único que se le ocurrió, porque ya me había contado chistes, preparado
comida mexicana, llevado al cine, dicho que le hablara a mi mamá, etc. Para acabarla, tanto la mezquita como la
iglesia, estaban cerradas. A piedra y lodo. No hubo manera.
Al día siguiente no me quería levantar. Hacía frío, no tenía nada
que hacer, estaba triste. Estaba mejor dormida. Alaris me trajo mi café a la
cama, me abrió las cortinas, me dio la lata hasta que me paré y me dijo que me
alistara, que me iba a llevar a la mezquita. No de turista, si no como
participante hecha y derecha, a ver si se me quitaba el humor negro y que
además era momento de rezar, porque era el día en que Trump y los Israelitas
querían hacer la canallada de quitarle Jerusalén a los Palestinos y las cosas
se estaban poniendo feas por aquí. Me dijo, ya vas chata, a rezar por la paz y
a dar gracias de que estás viva. Primero a la mezquita y si quieres luego
jalamos para la iglesia. Se entercó tanto que dije que si. Nunca me había
llevado. Pues hice todo el numerito del lavado y baño ritual. Casi me ahogo en
la regadera. No le sé a eso de respirar agua por la nariz, tiene su maña. Me
puse unas mallas de hacer ejercicio, con un vestido típico jordano por encima,
y un hijab y ahí vamos. El me dijo todo como iba a ser, porque, claro, en las
mezquitas, como en todo aquí, hombres y mujeres no están juntos. Al igual que
en los templos ortodoxos judíos, las mujeres están aparte, para que los hombres
no se distraigan. Los musulmanes se distraerían todavía más, ya que como al
rezar se inclinan y se prostran, poniendo las pompas al aire y los hombres en
general tienen muchas ganas y pocas oportunidades de resolverlas, pues se
distraerían viendo a las señoras rezar, haciendo el “perro mirando hacia
abajo”, entonces mejor, cada quién a su lugar. Total me fui al lugar de las
mujeres. Al ser viernes, había sermón, y no cualquiera. Se refería al asunto de
Jerusalén y a la consternación de Palestina y de los países árabes. En el
sermón se habló de eso, se hizo un llamado a la paz, a pedir por los
palestinos, no como musulmanes, si no como seres humanos y por todos los seres
humanos para que alcancen un respeto y entendimiento y se logre la armonía y la
paz. Después todo el mundo se puso de pié. Durante el sermón, todos estaban
sentados, algunas mujeres en sillas, otras sobre la alfombra. Una señora me
dijo que me pusiera en línea con otras señoras y empezó el rezo típico musulmán,
con las inclinaciones y prostraciones. Yo disimulando, les copiaba la
coreografía a las vecinas. Lo he visto miles de veces, pero como tiene
variaciones, no me lo sé bien. Había junto a mi un chavito, que me miraba con
cara de escepticismo. Abusado el chamaco. Se dio cuenta perfecto de que era yo
más falsa que un billete de treinta pesos y que no tenía idea de lo que estaba
haciendo. Nadie más me vio raro ni me dijo nada. Claro, cada quién estaba
rezando y haciendo lo suyo, en vez de estar viboreando a los vecinos. Méndigo
escuincle, solo andaba viendo a ver que veía. Alaris me había dicho que me conchabara a
alguna ñora que tuviera cara de mochila y le dijera que era la primera vez, que
me echara la mano, pero yo de todos modos no quería rezar como musulmán. Me
parece muy admirable el compromiso que tiene esta gente con su espiritualidad,
pero también me parece una de las ideologías más rígidas en forma. En el Islam,
la gente no trata a Allah de compadre, ni le cuenta sus cosas, ni “platica” con
El. Se reza las palabras que son, se dice lo que se tiene que decir, solamente
y de la manera que es. Sin variaciones. Se escucha con el corazón y se cree que
al mantenerse cerca, Allah les hará ver el camino correcto. Yo quería nada más
satisfacer mi curiosidad y dar gracias a Dios, pedir paz y ver que se sentía
estar en la mezquita cuando la gente reza. Al fin y al cabo, Dios es uno y da
igual mezquita, iglesia, bosque o templo.
Al salir de ahí, decidí ir al gimnasio. Alaris me ofreció su bici,
y se ofreció a escoltarme con el coche, para que me sintiera segura. Le
agradecí muchísimo, pero creo que eso sí, es todavía pronto. Apenas hace unos
días, el primer día que salí, pasamos por el sitio del accidente y me entró una
angustia horrible, lloré. Creo que todavía no estoy lista para volverme a subir
a la bicicleta, ni física, ni emocionalmente. Poco a poco. En el gimnasio me
subí a una bici de spinning, y ahí si
estuve muy contenta. Un día de estos. De camino, vi pasar un coche con una
bandera de Israel ondeando por la ventana. Esas son ganas de buscarle ruido al
chicharrón. Estando las cosas como están, esa gente de plano salió a buscar un
problema. Por lo menos por lo que pude ver, no lo hubo. La gente está enojada,
pero está en la mejor disposición de buscar paz.
Ojalá la encontremos todos.
Salam!
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