jueves, 1 de marzo de 2018

ORACIÓN POR LA PAZ


La inactividad forzada debida al accidente que tuve me estaba volviendo loca. Soy lo que se dice un “culo inquieto” y en general soy incapaz de estarme en paz. Me encanta hacer ejercicio, salir a dar la vuelta, cocinar y en general siempre estar haciendo algo. El golpazo que me acomodé al chocarme un coche, yendo yo en bicicleta y sin casco, para acabarla de amolar, me perjudicó el estilo de vida bastantito. Hombre, corrí con muchisísima suerte, era para haberme matado o quedado estropeada para siempre o por lo menos haberme roto varios huesos. Mi ángel de la guardia debe estar tomando unas bien merecidas vacaciones en la Riviera Maya, porque se rifó como los grandes. La cosa es que, durante la convalecencia, la conmoción cerebral no me dejaba leer mucho, escribir mucho rato, todo me dolía muchísimo, o sea que solo bañarme era un proyecto ambicioso y por tanto estuve como adorno del sillón como dos semanas. No quise visitas tampoco, porque las visitas aquí son bastante intensas, mi departamento microscópico y la verdad no me latía que vinieran mis amigas con sus chamacos a instalarse toda la noche. Alaris fue encantador, un enfermero de aplauso y me tuvo una paciencia infinita. Como a los diez días, me empezó a sacar a dar la vuelta. Me podía poner solo unos zapatos, porque seguía teniendo un pie muy lastimado, pero ya tenía mal de encierro. Me llevó a ver a sus papás, a ver a mis amigas, al súper, que me pareció padrísimo, hasta al cine a ver Coco. Se ve que aquí la gente no va mucho. No había nadie, hasta el pasillo estaba obscuro, o sea que me tocó función privada. A los quince días decidí que ya había estado bueno. Tuve que ir al juzgado nuevamente a declarar que no quiero denunciar al hombre que me atropelló, para que no vaya a la cárcel. Ya había ido al juzgado, al día siguiente del accidente y el día del accidente, saliendo del hospital lo fui a sacar de la cárcel. A mi no me sirve de nada que lo encarcelen. Creo que tanto el como yo, aprendimos lo que teníamos que aprender. Nos hicieron esperar horas para que me revisara el doctor y la juez me tomara declaración. El doctor del juzgado me dijo que mi árabe era bastante malito, que me debería de poner las pilas. Me dio coraje. Ese tipo de detalles mensos me hacen a veces cuestionarme qué estoy haciendo aquí. Decidí salir a correr porque me entró la lloradera boba. Me puse unas curitas de esas para ampollas terribles, que se derriten y se pegan a la piel, unos buenos calcetines y salí decidida. Si, cómo no. Corrí media hora y me empezó a doler la pata y le paré. Mi corrida me llevó a la mezquita y a la iglesia. No soy religiosa, pero  sentía la necesidad de dar gracias por estar viva y de sentirme conectada con algo. Me sentí muy sola durante mi encierro. Mis tías me llamaron por video todos los días, mis hijos me escribieron, mis amigas también, pero igual, entre que me sentía mal, que me faltaba moverme, que la Navidad, que la manga, en vez de estar feliz, me estaba dando una depresión marca diablo. Me daba por llorar todo el día y el pobre de Alaris ya no encontraba que hacer conmigo. Me dijo que rezara, a ver si así, es lo único que se le ocurrió, porque ya me había contado chistes, preparado comida mexicana, llevado al cine, dicho que le hablara a mi mamá, etc.  Para acabarla, tanto la mezquita como la iglesia, estaban cerradas. A piedra y lodo. No hubo manera.
Al día siguiente no me quería levantar. Hacía frío, no tenía nada que hacer, estaba triste. Estaba mejor dormida. Alaris me trajo mi café a la cama, me abrió las cortinas, me dio la lata hasta que me paré y me dijo que me alistara, que me iba a llevar a la mezquita. No de turista, si no como participante hecha y derecha, a ver si se me quitaba el humor negro y que además era momento de rezar, porque era el día en que Trump y los Israelitas querían hacer la canallada de quitarle Jerusalén a los Palestinos y las cosas se estaban poniendo feas por aquí. Me dijo, ya vas chata, a rezar por la paz y a dar gracias de que estás viva. Primero a la mezquita y si quieres luego jalamos para la iglesia. Se entercó tanto que dije que si. Nunca me había llevado. Pues hice todo el numerito del lavado y baño ritual. Casi me ahogo en la regadera. No le sé a eso de respirar agua por la nariz, tiene su maña. Me puse unas mallas de hacer ejercicio, con un vestido típico jordano por encima, y un hijab y ahí vamos. El me dijo todo como iba a ser, porque, claro, en las mezquitas, como en todo aquí, hombres y mujeres no están juntos. Al igual que en los templos ortodoxos judíos, las mujeres están aparte, para que los hombres no se distraigan. Los musulmanes se distraerían todavía más, ya que como al rezar se inclinan y se prostran, poniendo las pompas al aire y los hombres en general tienen muchas ganas y pocas oportunidades de resolverlas, pues se distraerían viendo a las señoras rezar, haciendo el “perro mirando hacia abajo”, entonces mejor, cada quién a su lugar. Total me fui al lugar de las mujeres. Al ser viernes, había sermón, y no cualquiera. Se refería al asunto de Jerusalén y a la consternación de Palestina y de los países árabes. En el sermón se habló de eso, se hizo un llamado a la paz, a pedir por los palestinos, no como musulmanes, si no como seres humanos y por todos los seres humanos para que alcancen un respeto y entendimiento y se logre la armonía y la paz. Después todo el mundo se puso de pié. Durante el sermón, todos estaban sentados, algunas mujeres en sillas, otras sobre la alfombra. Una señora me dijo que me pusiera en línea con otras señoras y empezó el rezo típico musulmán, con las inclinaciones y prostraciones. Yo disimulando, les copiaba la coreografía a las vecinas. Lo he visto miles de veces, pero como tiene variaciones, no me lo sé bien. Había junto a mi un chavito, que me miraba con cara de escepticismo. Abusado el chamaco. Se dio cuenta perfecto de que era yo más falsa que un billete de treinta pesos y que no tenía idea de lo que estaba haciendo. Nadie más me vio raro ni me dijo nada. Claro, cada quién estaba rezando y haciendo lo suyo, en vez de estar viboreando a los vecinos. Méndigo escuincle, solo andaba viendo a ver que veía.  Alaris me había dicho que me conchabara a alguna ñora que tuviera cara de mochila y le dijera que era la primera vez, que me echara la mano, pero yo de todos modos no quería rezar como musulmán. Me parece muy admirable el compromiso que tiene esta gente con su espiritualidad, pero también me parece una de las ideologías más rígidas en forma. En el Islam, la gente no trata a Allah de compadre, ni le cuenta sus cosas, ni “platica” con El. Se reza las palabras que son, se dice lo que se tiene que decir, solamente y de la manera que es. Sin variaciones. Se escucha con el corazón y se cree que al mantenerse cerca, Allah les hará ver el camino correcto. Yo quería nada más satisfacer mi curiosidad y dar gracias a Dios, pedir paz y ver que se sentía estar en la mezquita cuando la gente reza. Al fin y al cabo, Dios es uno y da igual mezquita, iglesia, bosque o templo.
Al salir de ahí, decidí ir al gimnasio. Alaris me ofreció su bici, y se ofreció a escoltarme con el coche, para que me sintiera segura. Le agradecí muchísimo, pero creo que eso sí, es todavía pronto. Apenas hace unos días, el primer día que salí, pasamos por el sitio del accidente y me entró una angustia horrible, lloré. Creo que todavía no estoy lista para volverme a subir a la bicicleta, ni física, ni emocionalmente. Poco a poco. En el gimnasio me subí a una bici de spinning,  y ahí si estuve muy contenta. Un día de estos. De camino, vi pasar un coche con una bandera de Israel ondeando por la ventana. Esas son ganas de buscarle ruido al chicharrón. Estando las cosas como están, esa gente de plano salió a buscar un problema. Por lo menos por lo que pude ver, no lo hubo. La gente está enojada, pero está en la mejor disposición de buscar paz.
Ojalá la encontremos todos.



Salam!

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HELLAS

  Como lo que más me gusta en la vida es viajar, y hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar, mi respuesta a estar feliz es viajar...